El bosque maldito
Llegaba el ocaso y Duncan aún galopaba por el bosque maldito. HabÃa salido del palacio con
los primeros rayos del sol, y durante el dÃa anduvo cazando con arco y acampando.
Hacia el final de la tarde hirió a un jabalÃ, persiguiéndole después largamente. En la
persecución cruzó a galope por densos matorrales, y costeó peligrosamente el borde de barrancos,
donde algunas piedras que se desprendÃan rodaban hacia el fondo siempre brumoso de aquellos
abismos. Tan empeñado estaba Duncan, que en su afán por capturar a la bestia, no reparó en lo
tarde que era, y recién cuando perdió el rastro entre las primeras penumbras de la noche, tomó
conciencia de que debÃa regresar.
Para llegar al castillo debÃa atravesar el camino que zigzaguea por el bosque maldito, un lugar donde
por la noche vagan todo tipo de espantos y apariciones engañosas, que pueden enloquecer a un hombre de terror.
Duncan galopaba agazapado sobre el lomo del caballo, y azuzaba al animal para que corriera más.
La luna asomó tras una montaña, y el bosque se inundó de su luz espectral, y la bruma de las zonas
bajas resplandeció, y espÃritus malignos y antiguos despertaron a la noche, y duendes maliciosos
salieron de sus cavernas dando saltos entre las rocas; mientras Duncan seguÃa galopando.
De pronto algo se atravesó en el camino; un lobo blanco cruzó corriendo. El caballo se asustó y se
levantó sobre sus patas traseras, lanzando un relincho. Duncan cayó hacia atrás, y aunque se levantó
rápido no pudo evitar que su caballo siguiera solo, desapareciendo al galope tras un recodo.
Desparramando su mirada por el aterrador paisaje nocturno que lo rodeaba, Duncan pensó que su
situación era grave; su espada y el arco habÃan quedado en la montura, y sólo cargaba un cuchillo de monte.
Sendos rayos de luz lunar bañaban el camino. Se hincó en el lugar por donde habÃa pasado el lobo
y no vio sus huellas; sólo habÃa sido una aparición.
Siguió a pié por el camino, atento a lo que escuchaba, volteando ante el menor crujido de una rama, y
mirando sobre su hombro cada pocos pasos.
Algunas sombras o siluetas cruzaban entre los árboles, desde donde llegaban algunos rumores y risitas
malévolas, que infundÃan terror en el corazón valiente de Duncan.
De repente escuchó el tronar de un galope que venÃa hacia él. Saltó a
un costado del camino y empuño el cuchillo. Por el camino apareció un
jinete que reconoció inmediatamente; era Enid, su esposa.
¡Enid! - gritó Duncan saliendo de las sombras. Ella frenó al animal y
saltó a tierra. ¡Duncan! - exclamó ésta, y se echó en sus brazos.
- Tu padre no querÃa que viniera, dijo que era muy peligroso, pero yo tomé un caballo y vine, no
podrÃa quedarme sin hacer nada, sabiendo que estabas en este bosque maldito - dijo Enid.
- ¡Enid! TenÃa razón mi padre, aquà es muy peligroso, ¡pero que bueno que viniste! Ahora vámonos.
Y dicho esto Duncan montó, tendiéndole el brazo después para que ella subiera.
En el anca del animal, ella se agarró fuerte de Duncan, y juntos partieron rumbo al castillo.
Al cruzar por una zona bien iluminada, donde el bosque se abrÃa, Duncan se dio cuenta que el caballo
que
montaba era el mismo que habÃa usado ese dÃa, el que lo volteara. Y
entonces sintió un terror atroz: lo que lo envolvÃa entre sus brazos no
podÃa ser su esposa, pues era imposible que el caballo
hubiera regresado a la caballeriza sin que lo notaran, ya que ésta estaba tras los muros, y antes de caer
la noche la puerta se cerraba.
Con
terror en la mirada, bajó la vista hasta los brazos que rodeaban su
pecho, y vio que eran esqueléticos y arrugados como los de una anciana
decrépita.
Duncan comenzó a gritar, y su acompañante lanzó una
risotada estridente y horrible. Él enloqueció de miedo y se perdió en el
bosque maldito.