Hay de mÃ, las cosas que me ha tocado vivir. Cómo es que en momentos tan llenos de terror, tan llenos de pánico, tan… ¡Horribles! Exista algo de amor, aquel amor intenso, tan intenso que hasta el viento admiró. Ni en sueños locos me lo habrÃa imaginado, pues fue una experiencia increÃble lo que me ha pasado.
Yo, José, era un joven poblador rural, viviendo entre pampas, montañas y valles. Eran mis tiempos de escolar; yo, un tÃmido, siempre sin hablar, amigos jamás eh tenido. Eran solo los libros quienes me hacÃan buena compañÃa. En ellos encontraba refugio ante la falta de afecto. AsÃ, creà que todo era perfecto.
Hasta que un buen dÃa, conocà a MarÃa, una niña hermosa, muy hermosa. Era bella hasta en el Alma. Empezamos a hablarnos poco a poco, puesto que el camino “pampero†era el mismo que usábamos para ir al Colegio. Sin querer me enamoré de su dulzura, me encantó en su ternura. La creà perfecta; además era buena estudiante, era buena hija con sus padres, era en mà la persona más importante. Todo estaba encaminado a lo perfecto, pues hasta mejoré en mis relaciones sociales con mis compañeros de aula, también empecé a andar alegre de lado en lado y como si fuese poco, la niña MarÃa, también me querÃa. Recuerdo cuando una vez nos regalamos un anillo de madera. Prometiéndonos que nuestra relación fuese duradera.
Pero, “La Felicidad es Pasajeraâ€. Ya me imaginaba yo que tanta alegrÃa, tanto no me durarÃa. Sobre todo porque al andar juntos en cierta ocasión. Se nos apareció a lo lejos del camino, entre la copa de un árbol, una lechuza que no dejaba de mirarnos, sobre todo a ella, este, empezó a cantar locamente mientras que agitaba sus alas. Todo esto era sin duda, sinónimo de desgracia segura… ¡Por qué!, ¡Por qué tuvo que ser asà la vida conmigo! Cómo es que un simple resfrÃo apartó de mÃ, al ser más querido. Ella, ella murió…
Entonces, para adelante ya no podÃa seguir. Simplemente querÃa morir, si, también quise morir. Ya en las tardes, por el caminito empinado. Sus recuerdos me tenÃan obsesionado. Hasta que como un loco, cada tarde le hablaba al viento, cual si fuese ella. La obsesión, el amor, los recuerdos y todo lo que con ella fue. Se hicieron insoportables para mÃ. Recuerdo aquella tarde cuando salà corriendo de mi casa para terminar en la cima de un cerro y con el anillo de madera en la mano gritar a los cuatro vientos: - ¡Vuelve, paloma mÃa vuelve!... Me desahogaba sin querer de mi desgracia.
Al dÃa siguiente, cuando el sol empieza a decaer. Regresaba del colegio a mi casa. Mientras que a mis espaldas, muy a lo lejos, se acercaba un enorme perro negro, jadeante me miraba. En la mano tenÃa yo, un pedazo de pan. Se lo lancé a su proximidad; pero el perro seguÃa en mismo plan, el de perseguirme. No me importó y seguà a mi casa, pensando que pronto se hartará de mà y se irá por otro empinado.
Al amanecer. Un caballo flaco, de pelo blanco apareció por mi patio. Nadie de los mÃos daba razón del visitante. Quisimos devolver a su dueño al pobre animal. Pero nadie lo reclamaba. Al no saber qué hacer con él. Mis padres quisieron espantarlo, haber si asà se regresa por donde vino hasta llegar a su dueño. Yo me fui al colegio; pero cuando regresé, encontré al caballo ahà nomas, donde lo vi por última vez, en mi patio. Todos, no sabÃamos qué hacer con el “viajeroâ€. No era sensato que nos lo quedáramos. Porque si llegara su dueño, probablemente nos acusarÃa de ladrones. Lo cierto es que cada noche se oÃan ruidos muy extraños fuera de la casa.
Asà pues, llegó el martes, pasó una semana y el caballo seguÃa ahÃ. Al anochecer todos terminamos nuestra cena y como es natural nos fuimos al “Cuarto Grandeâ€, allá donde todos dormÃamos juntos en la temporada de Invierno.
No sé porque no pude cerrar los ojos, no lo sé. Solo miraba el techo. Pasaba la noche y de la nada empezó a dolerme la cabeza. Pronto un ruido estruendo desde afuera nacÃa. Ruido escalofriante que aguantarlo ya no podÃa. Los perros ladraban locamente fuerte. Y cuando todo parecÃa calmarse allá afuera, sonó las doce, sà las doce de la medianoche. Y cada campanada de mi reloj de pared, parecÃa desollarme vivo. Todo esto pasaba cual escena de terror, era inverosÃmil. Aunque nada era para comparar con lo que vendrÃa después… Pasos, se oyeron pasos. Si, eran pasos y sonaban tan fuerte, como el pisar de un gigante. - ¡Por Dios! ¿Qué sucede allá afuera?, me dije a mi mismo, en mà desesperar. Cuando entonces el viento silbó alto, tanto como si gritara. Sucedió que la puerta se tumbó hacia afuera. Y hacia afuera vi la silueta de un espectro, era un condenado, era un monstruo de mirada melancólica. Se acercaba, mientras que yo inmóvil solo miraba, rogando que fuera todo una pesadilla loca, mas no era asÃ. Empecé a desangrarme por la nariz, después mi boca también sangraba, aunque no me corté, menos me golpeé con nada. Sangraba inexplicablemente. El viento estruendoso empezó a arrástrarme de mi cama, hacia aquella figura. Desesperado comencé a sujetarme de todo en cuanto pude, pero mi lucha era en vano.
Entonces grité a todo pulmón, tratando de despertar a mi familia. Era inútil, increÃblemente nadie movió ni un parpado, nadie oÃa, ni sentÃa nada. Como si todos estuvieran encantados. Me aferré, en mi último intento, a la pared de la puerta. Pero aquel condenado, hacia mi vino. Me cargó entre sus brazos de manera violenta y salió disparado con el aire, junto a mÃ…
Mis perros se desataron y salieron tras nuestro. Mientras que el condenado me decÃa al oÃdo:
“En cuatro vientos te eh oÃdo, amor mÃo.
Allá cuando al cerro te habÃas ido.
Mientras gritabas que vuelva contigo.
Te eh oÃdo.
Y el viento ha de ser nuestro testigo.
Por eso el viento, a ti me ha traÃdo.
Amor mÃo, te eh oÃdo.
CreÃste que estaba todo perdido.
Pero aquà estoy,
para llevarte conmigo…â€
No podÃa creerlo. Era ella. Era MarÃa. Y estaba encarnada en un demonio. Le toqué la mano y ahà estaba el anillo de madera. Se lo quité como pudiera. Esto hiso que me soltara.
Los perros nos alcanzaron pronto. La ladraban salvajemente, y en su ruido la despistaban, apartándola de mÃ. Aproveché la situación y con mi propia sangre me marqué una cruz en la frente. Mas fuerzas ya no tuve para seguir. Tendido en el suelo quedé inconsciente.
Fue todo lo que recuerdo hasta ahÃ. Ya en la mañana me encontraron tirado en el pajonal. Me llevaron hacia un hospital. Y eso es todo lo que puedo recordar.
Tiempo después, mis familiares me llevaron hacia un “curanderoâ€. Me hicieron Misa y otras cosas más. Es cierto, me he curado de la trauma y me han santificado para estar puro y apartarme de todo tipo de mal. Pero MarÃa estará impregnada en mÃ, para siempre.
Pacosonco – Glorioso San Carlos