-Papá, ¿qué es un mexicano?
El padre mira el folleto distribuido ex profeso.
-Eran gentes extrañas –lee sin entender-, unidas por un destino incierto.
Padre e hijo tratan de abrirse paso entre la multitud apiñada ante la inmensa jaula de cristal. Al fin, logran ubicarse en la primera lÃnea, frente a los amplios ventanales.
-Por lo valioso de este ejemplar –está diciendo el guÃa- se ha procurado reproducir, lo más fielmente posible, su hábitat.
Dentro de la jaula, un hombre bajito y bigotón, sentado indolentemente en una especie de diván, tañe con desgano una guitarra. A su alcance tiene una botella a la cual da esporádicos sorbitos.
-Por la naturaleza reflejante de los cristales – sigue diciendo el guÃa-, el espécimen no puede vernos. Esto es para favorecer a su aislamiento. Aunque hemos notado, y ustedes se darán cuenta –el guÃa se permite una sonrisa maliciosa-, de que él sabe que estamos aquÃ.
El hombre deja a un lado la guitarra y da un gran trago a su botella. Una lágrima desciende con naturalidad por su mejilla.
-Lo que ven al fondo de su jaula – continúa el guÃa su perorata- es un retablo en honor de Guadalupe, una deidad mayor a quien los mexicanos adoraban. Pero además se especula sobre una cierta abstracción llamada "El Peso", que también era muy venerada.
El hombre se incorpora de repente y, acercándose al ventanal, hace extraños gestos y ademanes.
-¡Hoy estamos de suerte! –exclama muy sonriente el guÃa- Eso que acaban de admirar es un rito ofensivo. Según los estudiosos, el ademán con el brazo es una mentada y los gestos de la mano quieren decir: ¡mocos, gueyes! –El guÃa se encoge de hombros- Conocemos su simbolismo, pero no su significado.
En el interior, el hombre vuelve a tumbarse en el diván y ataca, sediento, su botella.
-La bebida que consume –acota de inmediato el guÃa- es un lÃquido espirituoso llamado tequila al que, para quitar sus efectos perniciosos, se le han adicionado, sin afectar su sabor, los nutrientes necesarios para la subsistencia del sujeto. Además, cotidianamente se le ofrecen diversos alimentos consistentes en maÃz y chile que, como es sabido, constituÃan la dieta de su raza.
Adentro, el hombre, al fin, permanece quieto con los ojos vidriosos y la mirada perdida.
-Y eso es todo por esta presentación – concluye engolado el guÃa.
La multitud comienza a dispersarse.
-Papá –pregunta entonces el hijo-, ¿por qué todos los ejemplares están en parejas o grupos y a éste lo tienen solito?
El padre busca presuroso en su folleto.
-No te preocupes, hijito –interviene diligente el guÃa-. A fin de cuentas los mexicanos siempre vivieron solos.