LA ARAÑA SABIA


A la araña Kwaku Anansi tenía una  venerable memoria, le daba mucha rabia que los hombres fueran tan sabios.  
Así que, un buen día decidió recopilar toda la sabiduría de este mundo y conservarla para sus descendientes. 
Cogió un tarro de arcilla y lo dejó en un rincón de su casa con la intención de llenarlo de sabiduría. A partir de aquel día, se dedicó a hacer preguntas a todo el mundo y, siempre que recibía una respuesta inteligente, iba a su tarro, lo destapaba, repetía la respuesta como si quisiera dejarla en su interior y volvía a taparlo. 
Al cabo de unos años le pareció que el tarro ya estaba lleno, que ya contenía toda la sabiduría de este mundo. Pero entonces tuvo miedo de que se lo robaran, así que pensó en un lugar donde esconderlo. 

Tras reflexionar muchas horas, quizá incluso días, decidió ocultarlo entre las ramas de un árbol que estaban cargadas de hojas. Kwaku Anansi se ató fuertemente el tarro a la barriga e intentó trepar al árbol que escogió previamente con mucho cuidado. 
Pero por mucho que lo intentó no fue capaz. El tarro y la barriga pesaban demasiado. Anansi no quería desistir de su propósito, así que se pasó tres días intentándolo. 
Al tercer día pasó la liebre, que observó, divertida y curiosa, los inútiles intentos de Anansi por subirse al árbol. 
Pensó que quizá le podía echar una mano, así que se acercó, amablemente le dio los buenos días y al momento le preguntó:
 - ¿Qué llevas en ese tarro?
 - No te lo puedo decir le respondió Kwaku Anansi-. Si te lo dijera, moriríamos las dos. 
- Entonces es mejor que no me lo digas. Pero, veo que quieres subir al árbol con el tarro atado a la barriga. Así no podrás. Te iría mejor si te lo atases a la espalda.
- ¿Cómo? -dijo Kwaku Anansi- como si hubiera recibido una ducha de agua fría-. Yo creía haber acumulado toda la sabiduría de este mundo dentro de mi tarro de arcilla y resulta que todavía hay quien sabe cosas que yo no sé. 

Y, dicho esto, se desató el tarro y lo lanzó con tanta fuerza contra el árbol que se rompió en mil pedazos.
 - Es mejor que la sabiduría se reparta por todo el mundo -dijo, con toda la rabia, Kwaku Anansi. 
Y con paso lento, pero decidido, volvió a su casa.

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