la rebelion en la granja
«Pronto cesó el tumulto. Los cuatro cerdos esperaban temblando y con la culpabilidad escrita en cada surco de sus rostros. Napoleón les exigió que confesaran sus crÃmenes. Eran los mismos cuatro cerdos que habÃan protestado cuando Napoleón abolió las reuniones de los domingos. Sin otra exigencia, confesaron que estuvieron en contacto clandestinamente con Snowball desde su expulsión, colaboraron con él en la destrucción del molino y convinieron en entregar la "Granja animal" al señor Frederick. Agregaron que Snowball habÃa admitido, confidencialmente, que era agente secreto del señor Jones desde muchos años atrás. Cuando terminaron su confesión, los perros, sin perder tiempo, les desgarraron las gargantas y entretanto, Napoleón, con voz terrible, preguntó si algún otro animal tenÃa algo que confesar.
»Las tres gallinas, que fueron las cabecillas del conato de rebelión a causa de los huevos, se adelantaron y declararon que Snowball se les habÃa aparecido en sueños incitándolas a desobedecer las órdenes de Napoleón. También ellas fueron destrozadas. Luego un ganso se adelantó y confesó que habÃa ocultado seis espigas de maÃz durante la cosecha del año anterior y que se las habÃa comido por la noche. Luego una oveja admitió que hizo aguas en el bebedero, instigada a hacerlo, según dijo, por Snowball, y otras dos ovejas confesaron que asesinaron a un viejo carnero, muy adicto a Napoleón, persiguiéndole alrededor de una fogata cuando tosÃa. Todos ellos fueron ejecutados allà mismo. Y asà continuó la serie de confesiones y ejecuciones hasta que una pila de cadáveres yacÃa a los pies de Napoleón y el aire estaba impregnado con el olor de la sangre, olor que era desconocido desde la expulsión de Jones.
»Cuando terminó esto, los animales restantes, exceptuando los cerdos y los perros, se alejaron juntos. Estaban estremecidos y consternados. No sabÃan qué era más espantoso: si la traición de los animales que se conjuraron con Snowball o la cruel represión que acababan de presenciar. Antaño hubo muchas veces escenas de matanzas igualmente terribles, pero a todos les parecÃa mucho peor la de ahora, por haber sucedido entre ellos mismos. Desde que Jones habÃa abandonado la granja, ningún animal mató a otro animal. Ni siquiera un ratón. Llegaron a la pequeña loma donde estaba el molino semiconstruido y, de común acuerdo, se recostaron todos, como si se agruparan para calentarse: Clover, Muriel, BenjamÃn, las vacas, las ovejas y toda una bandada de gansos y gallinas: todos, en verdad, exceptuando al gato, que habÃa desaparecido repentinamente, poco antes de que Napoleón ordenara a los animales que se reunieran.
(...)
»DÃas después, cuando ya habÃa desaparecido el terror producido por las ejecuciones, algunos animales recordaron --o creyeron recordar-- que el sexto mandamiento decretaba: "Ningún animal matará a otro animal". Y aunque nadie quiso mencionarlo al oÃdo de los cerdos o de los perros, se tenia la sensación de que las matanzas que habÃan tenido lugar no concordaban con aquello. Clover pidió a BenjamÃn que le leyera el sexto mandamiento, y cuando BenjamÃn, como de costumbre, dijo que se negaba a entrometerse en esos asuntos, ella instó a Muriel a que lo hiciera. Muriel le leyó el mandamiento. DecÃa asÃ:
"Ningún animal matará a otro animal sin motivo". Por una razón u otra, las dos últimas palabras se les habÃan ido de la memoria a los animales. Pero comprobaron que el mandamiento no fue violado; porque, evidentemente, hubo motivo sobrado para matar a los traidores que se coaligaron con Snowball.