Vi aquellos signos en la pared
y supe que estaban preparando mi muerte.
Desde que llegué a
esta pequeña aldea rodeaba de verdes bosques sospeché que
algo me iba a pasar; no fue sólo la impresión que le daba
la noche al pueblo y hacÃa que se desdibujasen los contornos entre
la niebla; ni siquiera las palabras entreoÃdas al pasar cerca de
alguna puerta entornada al volver de mis largos paseos por los alrededores;
fue sobre todo el encuentro con restos de ho gueras recientes que yo jamás
habÃa visto en la noche pese a acostarme tarde, las extrañas
formas circulares que quemaban el suelo, los restos de huesos de pequeños
animales los que me pusieron en alerta y me hicieron poco a poco ir prescindiendo
de mis largas caminatas antes tan reconfortantes.
Se bien que no podÃa
prescindir de la plaza como maestro rural sin crear sospe chas, tampoco
podÃa regresar a mi amado pueblo extremeño de Oliva de la
Frontera con las manos vacÃas y un fracaso como resultado del primer
trabajo decente que me habÃa surgido en años; por eso me
decidà a esperar, a sospechar de cada uno de mis alumnos, a aprender
a ver más allá de aque llas ancianas que paseaban por las
calles, siempre enlutadas, con una aparente docilidad fingida y una expresión
de un profundo dolor, que se refleja en sus rostros y en sus andares tan
lentos como flexibles pese a la edad que parecen arrastrar.
Me decidà a esperar,
velando cada noche, encerrado en esta húmeda y vieja casona, apenas
sin dormir y vigilando siempre el nocturno cielo nublado por ver si conseguÃa
distinguir una luz en el bosque, las huellas de alguna hoguera, algo que
me sacara por fin de mis dudas aunque sólo fuera para caer en algo
aún más terrorÃfico que esta espera sin sentido.
Por eso, cuando vi aquellos
signos en la pared, supe que estaban preparando mi muerte. Fue asÃ
de sencillo, una revelación que me liberaba de la angustia anterior;
pero que me dejaba aún más confuso y asustado. Estaba claro,
no sabÃa porqué, pero estaba claro. Aquellas señales
circulares en una esquina lateral de la casona marcaban un punto de inflexión,
el momento esperado por las gentes de la aldea para cumplir uno de los
ritos más macabros, el que se producirÃa aquella noche con
mi sangre corriendo.
Más tarde supe que
estaban preparándome para aquella fecha; que yo era tan sólo
el eslabón de una larga cadena, que esa presen cia hostil desde
mi llegada a la aldea estaba prevista, que mis sospechas y mi miedo era
conocido por todos y que estaban esperando una señal, una fecha
concreta para venir en mi busca; y yo, sin saberlo, se la proporcioné
con facilidad.
Aún con un leve dolor
de cabeza y un malestar en la boca del estómago sigo sin tiendo
esta angustia, este pavor que me produce escalofrÃos y distingo
claramente de la humedad y el frÃo de la noche. Una pasto sidad
en la boca y un hormigueo constante me hacen tomar consciencia de lo que
ha pasado, tengo una terrible sed. Me levanto despacio y apoyo los pies
descalzos en el suelo, donde noto una profunda y lejana respiración,
como si la tierra conociese mi presencia y me quisiese acompañar,
o como si me marcasen un ritmo desde lo más profundo de la tierra
que hubiese que seguir prescindiendo de la voluntad. Apoyo los pies descalzos
en el suelo y con la certeza de que todo está ya preparado vuelvo
a oler el vaso que se encuentra a mi izquierda en la mesilla... aconitina,
sin duda. Cómo llegó a la botella de ribeiro casero es algo
fácil de entender. Qué pretendÃan con ello...me llena
de una angustia azulada y espesa. Retumba bajo mis pies el suelo como si
de un lejano tam tam se tratara mientras contengo mi sed y logro convencerme
de que es mejor seguir aquà en pie, de que si me bebo otro vaso
de vino podré acabar con todo de una vez y liberarme asÃ
de este terror a lo desconocido, de este temblor terrestre que no se bien
si es real o si es una secuela más de esta intoxica ción
provocada.
Guiado por una extraña
fuerza interior avanzo por la habitación, tambaleándome como
un enfermo recién levantado, con la mente ocupada en descifrar la
secreta clave de aquel sonido lejano mientras mis manos se aferran al marco
de una puerta, y luego al de otra, y consigo salir a la frÃa noche
lloviznosa que me despeja y me hace sentir la fatalidad de mi destino,
pero me hace a la vez comprender que aún tengo tiempo de escapar,
que no volverán a por mà hasta que acabe la fiesta nocturna
y comience la cere monia como un rito de carne y sangre, de purificación
y pecado. Me tambaleo por las callejas de la aldea y busco una salida hacia
el bosque que no me conduzca a las hogueras encendidas que, ahora sÃ,
resplandecen en las oscuridad. Entre tropiezos, con arcadas y una terrible
sed logro contener mi miedo y avanzo, me caigo, me incorporo y sigo el
oscuro sedero que me marcan la noche y el azar. Camino con la desesperación
del moribundo y con la certeza del condenado, mien tras un color rojizo
se va apoderando del cielo y noto como el suelo tiembla cada vez más
cercano bajo mis pies descalzos, ya sangrantes por las piedras y las ramas.
El estruendo subterráneo
es cada vez mayor; siento como todo me da vueltas,
cómo la llamada terrestre se hace cada vez más cercana y
sin saber como ni porqué me siento arrastrado por este temblor;
como en un baile horrendo y tenebroso al que nos sentimos invitados aunque
sepamos que seguirlo significarÃa nuestra destrucción. Me
siento arrastrado e intento escabullirme tras unos matorrales, me
arrastro en el barro producido por esta leve llovizna, me acerco a un claro
del bosque y mi sangre se detiene al contemplar la visión que muestran
mis fatigados ojos entre las hogueras y el humo de olores crueles y sugerentes.
Cabriolas
en el aire, bocas deformadas en terribles y escalofriantes gritos de gozo
y dolor, cuerpos retorcidos que se revuelven y se juntan, se separan, se
vuelven a unir en una desesperada y agonizante orgÃa carnal, labios
que muerden y besan, que muerden y escupen, labios carnosos que incitan
al sexo y a la más cruel violencia, pechos descubiertos, saltos
entre las hogueras, ojos desorbitados, alaridos infernales de pavor y de
orgasmo, penes de enormes dimensiones desgarrando profundas y húmedas
vaginas, olor a carne podrida y flores de invierno, a hojas caÃdas
y tumefactas y sudor de mujer entre las sábanas, largos cabellos
azotados por el viento, lluvia que cae sobre las espaldas arqueadas y las
purifica antes de una nueva perdición, sabor dulce de pecado, sabor
amargo de fluidos corporales, luz ambarina, roja, negra, luz titilante
de hogueras, cuerpos muertos, cuerpos vivos y muertos, cuerpos que viven
y mueren, que caen y se levantan, que se yerguen y sucumben entre golpes,
azotes y mordiscos, besos y caricias, abrazos desesperados y una confusión
caótica de belleza y pasión, griterÃo incontenible
en torno a la figura extática y sublime que se yergue entre todas,
rodeada de un fulgor rojo cobalto que hace destacar su imponente cuerpo
de diosa entre las deformes presencias a su alrededor, figura que se eleva
sobre el suelo y flota dentro de un cÃrculo abrasa dor trazado en
el suelo, que mira y no ve, que se superpone a todo y rige todo, que provoca
y excita, que aterra y seduce, que pronuncia oscuras palabras en una voz
susurrante y lejana que apenas se logra distinguir entre los alaridos y
el tremendo sonido de la tierra en movimiento, del suelo que acompaña
esta danza macabra y rodea en vibraciones a la esbelta figura central de
esta danza -o meu corpo de terra i o meu cansado esprito, expectro dunha
paixón morta- que susurra en la lejanÃa las palabras que
llegan hasta mi oÃdo y hacen que se haga de pronto un silencio en
torno a mi. Ya sólo escucho las sugerentes palabras para mi pronunciadas
y el sordo y profundo latido de la tierra -e o sangue corre- que me rodean
y me hacen avanzar en cortos pero decididos pasos entre las figuras que
se retuercen, que me hacen avanzar sobre las hogueras y las brasas, sintiendo
una dulce quemazón en las desnudas plantas de los pies -matar por
no morrer- fijos los ojos en el cuerpo desnudo que flota dentro del cÃrculo
y ahora me tiende los brazos. Me aproximo a ese cuerpo moreno y sudoroso,
ese cuerpo femenino que me llama entre susurros, que me tiende sus curvas,
sus bien formadas caderas, sus pechos duros y esbeltos -ser a mellor muller-,
que por fin alcanzo y se entrega mà dentro de este cÃrculo
dibujado con fuego en la tierra que nos acompaña con sus cada vez
más intensos latidos.
El temblor de la tierra me
acompaña mientras la poseo. Noto como se retuerce debajo de mÃ,
como -los ojos cerrados- gime de placer bajo mi cuerpo. Me clava sus largas
uñas en la espalda y el dolor es grato. Se acerca a mà y
me muerde el hombro y mientras mana la sangre el daño es exquisito.
Miro nuestras entrepiernas unidas que se mueven al compás del latido
del mundo, miro la sangre en su pubis de la virginidad perdida y siento
un terrible dolor, insoportable e indescriptible, y estallo en un gemido
de terror al mirar sus ojos -por fin abiertos- y ver como me observan esas
frÃas pupilas de fuego, esos ojos encendidos que se burlan de mi
terrible sufrimiento. Me aparto de su cuerpo y descubro que las manchas
de sangre que provienen se su vagina son mÃas. Descubro en su vulva,
entre el semen y la sangre, unos agudos dientes, unos dientes tan amenazantes
como su mirada, unos dientes que ya han logrado su objetivo; y pierdo el
conocimiento mientras contemplo aterrado, mientras me desangro, su cuerpo
perfecto y su estremecedora mirada coralina que me busca e indaga entre
mis sufrimientos, eligiendo a su antojo, de entre mis recuerdos más
ocultos, aquel que se apropiará como alimento.
Desperté con una blanquecina sensación de angustia y una
dolorosa impresión de haber sido apaleado. Mis huesos crujieron
durante más de dos semanas y las cicatrices producidas en aquella
noche me duraron varios meses. A partir de ese momento me he dejado llevar
por la vida, sin responder a ningún otro estÃmulo externo.
No me extrañó levantarme en la cama de la vieja casona y
que me atendiesen casi todas las ancianas de la aldea con un cariño
antes desconocido, tampoco me sorprendió demasiado seguir recibiendo
el sueldo mientras la escuela no funcionaba y yo me dedicaba a vagar por
el bosque; el porqué sigo con vida y respiro cada mañana
la brisa que viene desde el monte hasta mi habitación no podré
saberlo nunca, pero cuando contemplo las pequeñas cicatrices que
rodean mi pene me siento vivo y presiento que jamás podré
ser tan feliz como lo fui aquella noche que guardo entre mis mas horrendas
pesadillas. Ahora sólo vivo con el temor y la esperanza de volver
a encontrarme con aquel demonio-hembra de piel suave y morena, ojos indescriptibles
y entrañas húmedas y expectantes; aunque esta vez su vaginal
mordisco me vacÃe por completo y me absorba con ella hasta lo más
profundo de su satánica presencia.