Daniel, siempre confundido por su
infancia mantenÃa vagos recuerdos que trataba de hilar, a menudo se despertaba
temblando conmocionado por las imágenes de abuso que en su almohada se tejÃan,
sudaba frió tratando de comprender si eran recuerdos reales o solo ficción.
Aunque cerraba sus ojos no podÃa volver a dormir.
Desde niño fue cariñoso con
animales, y sus padres abusivos y descuidados le permitÃan tener
infinidad, (creÃan que su falta de cariño podrÃa ser cubierta por estos peludos
seres), a menudo guiado por instintos humanitarios, rescataba a los gatitos y
perritos que encontraba mal heridos en las calles aledañas, y descubrió que en
sus manos tenia un don innato de salvar vidas, por lo cual convirtió su
peculiar habilidad en su profesión. Su infancia transcurrió entre heridas y
maullidos de dolor recurrentes en pesadillas que lograban tenerlo en vela.
A la edad de 19 años se convirtió
en paramedico de la respetable institución Cruz Roja, habÃa desarrollado, por
su “hobbieâ€, un control total de sus emociones, ya no le causaba asco el ver
sangre o contenido encefálico regado en el asfalto, lo mismo le daba ver un
fémur roto por un choque, que un balazo en la cien.
Se empezó a hacer cada vez mas
frió y seco, en vez de preocuparse por seguir haciendo lo que mejor hacia, se
quedaba contemplando las heridas y ese olor a hierro que solo las grandes
hemorragias desprenden, a veces se imaginaba en provocar accidentes para ver
realizadas sus fantasÃas especificas, que únicamente en sus sueños habÃa visto,
querÃa tener al paciente perfecto a bordo de su ambulancia aquel que fuera un
reto mantener vivo, lo llamaba su “orgasmo medicinal â€. Con cada va y ven de
los ruidos de la sirena, se empapaban de sudor sus guantes de látex, la
adrenalina de que esta vez fuera ese paciente, solo encontraba esas emociones cuando
despertaba jadeante.
Harto de esperar varios años
consumido por la ansiedad de su insomnio, decidió que esa noche de guardia
encontrarÃa a su paciente, de repente un ruido con voz de mando se escucho,
sonó la radio de su unidad –¡Ambulancia 11!-
-Adelante, respondió con agitación, – dirÃjase a sulivan- , -Voy para allá!,.
Sulivan era un lupanar, un sinfÃn de prostitutas paraban las nalgas en espera
de esos billetes que la llevaran al hotel por 20 minutos. Siempre habÃa acción
allÃ.
Prendió las luces de su
ambulancia y ordeno a su operador que pisara a fondo el acelerador, tenÃa un
extraño presentimiento.
Al llegar los escotes y minifaldas le indicaron donde se
encontraba el convaleciente, subió las escaleras de un hotel derruido por la
lujuria, un olor que conocÃa se hizo presente, al abrir la puerta no podÃa dar
crédito a lo que veÃan sus ojos, era una escena salida de las penumbras de sus
sueños, tras de el cerro la puerta, aquellas paredes de color blanco brillante
se encontraban cubiertas por un rojo intenso y espeso alguien habÃa empapado
las paredes con sangre, ese olor a hierro que solo las grandes hemorragias
desprenden se metió en su nariz provocándole que sus bellos se erizaran, se
enfoco y comenzó su búsqueda, no estaba en la cama , ahà solo estaban
restos de la macabra escena, instrumentos médicos que el conocÃa
bien, de repente escucho unos sollozos provenientes del baño, se asomo para dar
cuenta del lúgubre hallazgo, una mujer de piel blanca y cabellos ondulados yacÃa
suspendida sobre la tina, amarrada de pies y manos con sus propios tendones,
diseccionada por completo. Estaban descubiertos sus órganos,
era como un flotante libro de anatomÃa viviente, todos y cada uno de sus huesos
estaban expuestos, todos sin fractura, de su cráneo colgaban de las cuencas
oculares dos globos secos, los ojos desprendidos, que se movÃan de lado a lado
sacudiéndose cada que una gota de la vieja regadera caÃa sobre la frente blanca
y descubierta de lo que fue su hermoso rostro, ahora solo era cráneo, en las
manos sobresalÃan los dedos descarnados, aun conservaban la unión articular que
permitÃa a las uñas postizas zarandearse lentamente de agonÃa, los implantes de
los senos colgaban hacia cada lado dejando expuesto un tórax que ya no tenia
protección alguna hacia el corazón y pulmones. Esas alicatas de la cama habÃan
hecho tan peculiar trabajo, los 8 metros de intestino se desbordaban a los
lados y habÃan creado en el fondo de la tina un charco putrefacto lleno de
moscas que no se inmutaban ante su presencia, estaba conectada a una
solución salina , un suero que a pesar de la perdida de sangre funcionaba para
mantenerla viva inyectando medicamentos, un deja vú de sus sueños golpeo
su estetoscopio cuando le pregunto -Como te llamas?, sobresaltada, reconocio la
voz y de su mandÃbula desnuda, brillaron unos dientes pegados a una encÃa
roja, con pánico e ira le grito–¡Ya mátame Daniel !, el se rió babeante y
frenético, respondió excitado, FIN —-
- Te pague por un orgasmo de 20 minutos y acabo de llegar.