Dionisio, que habÃa escuchado la leyenda pero nunca habÃa creÃdo en ella, comenzó a pensar que seguramente habÃa un tesoro escondido en su propiedad. Ellos eran humildes y un hallazgo de esa naturaleza podrÃa dar lugar a una oportunidad de progreso para toda la familia. La casa habÃa quedado sin terminar por falta de recursos La cosecha de algodón no habÃa sido buena y apenas les alcanzaba el dinero para pagar la comida. Su mujer, Azucena lloraba y sus hijos querÃan mudarse. No soportaban la idea de convivir con esas presencias misteriosas. Azucena, tenÃa un gallinero con varias gallinas, tres perros y dos gatos. Una noche en que los aullidos envolvieron la casa, escucharon cacarear a las gallinas, ladrar a los perros y maullar a los gatos con un vigor fuera de lo común.
Azucena, que estaba sola con sus hijos temiendo que algún espectro pudiera entrar a la casa, amontonó varios muebles contra la puerta. Al dÃa siguiente tres gallinas, uno de los perros y los dos gatos habÃan desaparecido.
Los animales que se esfumaron eran todos blancos. Al fantasma por lo visto, no le gustaban los animales de color blanco. Dionisio que era muy valiente, al dÃa siguiente compró una pala y comenzó a cavar. La finca era grande y avanzaba lentamente.
Entonces pidió ayuda a dos de sus primos y entre todos dieron vuelta el terreno con picos y palas. Los aullidos y las voces se agudizaban por las noches, su mujer querÃa marcharse con sus hijos, pero el entusiasmo y la valentÃa de Dionisio por descubrir las riquezas los calmaba por lo menos durante el dÃa. Dionisio sabÃa también, por las historias que habÃa escuchado hasta entonces que solo una persona deberÃa encontrar el tesoro. La leyenda decÃa que si más de una persona veÃa el tesoro, este desaparecerÃa ante sus ojos. Cansados de cavar estaban a punto de abandonar la búsqueda, cuando se les ocurrió mirar hacia unos arbustos. Una luz resplandeciente, mezcla de bruma y sol los envolvÃa. Los arrancaron rapidamente. Aunque estaban cansados continuaron paleando con entusiasmo. Allà encontraron un envoltorio hecho con sábanas de hilo ajadas y sucias. En su interior habÃa una antigua ollita de hierro con tapa. Y dentro de la ollita un puñado de relucientes monedas españolas de oro.
Dionisio y sus dos primos contemplaron embelezados el hallazgo. No podÃan creer lo que estaban viendo. Al instante, la ollita y todo su contenido se transformó en carbón esfumándose de su vista. Dionisio haciendo caso a la antigua leyenda, les dijo a sus primos que se marcharan para continuar cavando solo. Esa noche no pudieron dormir. Los fantasmas golpearon las puertas y ventanas, sacudiéndolas con una potencia increÃble. Era una fuerza sobrenatural que hacÃa temblar toda la casa. Al dÃa siguiente, Dionisio tomó la pala y cavó más profundamente en el mismo lugar con la esperanza de encontrar algo más. En el mismo lugar apareció otro envoltorio. Era un baúl de madera envuelto con varias capas de tela. Seguramente sábanas, pero estaban deterioradas por la humedad y el paso del tiempo. El baúl estaba cerrado con un candado de hierro muy oxidado. Dionisio no tardó en quebrarlo con una tenaza. Al abrirlo se desplegó el fruto de tanto esfuerzo. El baúl contenÃa muchas alhajas. HabÃa collares, diademas, aros y pulseras. Todos de oro antiguo. Muchos engarzados con piedras preciosas de maravillosos colores. Un tesoro de valor incalculable. En esta oportunidad estaba solo. Espero un tiempo para asegurarse que no desaparecerÃa. El tesoro continuó ante su vista sin desaparecer tal cual narra la leyenda. Comunicó la noticia a su familia y a sus primos que alborozados festejaron el hallazgo. Las sombras y los aullidos se retiraron de la casa. Volvieron a aparecer las gallinas, el perro y los dos gatos. Los fantasmas ya no tenÃan que custodiar su tesoro. No sabemos adonde fueron a parar, seguramente se retiraron a descansar, después de tantos años de vagar en las sombras custodiando su fortuna. Hay infinidad de leyendas cuyo origen está centrado en la guerra del Paraguay. En ese entonces, ante el avance del ejército enemigo, familias enteras debÃan desplazarse dejando atrás sus propiedades y sus pertenencias. Como no podÃan llevar todo a cuestas, muchas familias optaban por enterrar sus tesoros en el campo para volver a recuperarlos cuando la guerra hubiera terminado. Estos consistÃan mayormente en monedas de oro y alhajas con piedras preciosas de altÃsimo valor. Llevarlos consigo también era un gran riesgo ya que estaban a la merced de rateros y ladrones. Muchos volvieron y desenterraron sus pertenencias, pero muchos otros murieron en la guerra y sus tesoros quedaron ocultos en el campo. Nuevas familias se establecieron y nadie sabÃa donde estaban ocultos esos tesoros. Pero dicen, que si por la noche se escuchan alaridos, ruidos de cadenas o ves sombras escondidas, es que el alma de los antiguos moradores están custodiando sus tesoros y si buscas bien seguramente encontrarás un tesoro escondido.