En tiempos casi inmemoriales llegó una mujerforastera, harapienta, deshilachada, enmendada y bien descuidada cargando en su espalda, muy penosamente, traslada una huakulla de arcilla cocida, tras la espalda y con un tapón y franela bien ajustado. Vencida ya por la fatiga se alojo en una casa después de muchas suplicas. La población habÃa olvidado ya las normas de hospitalidad, solidaridad, reciprocidad practicaba por el mundo andino.
Al dÃa siguiente, apenas salÃan las primeras luces del alba, muy temprano, quiso continuar con su viaje, porque en realidad habÃa pasado una noche mala, bien desvelada y resfriada por falta de una buena cama y alimentos. Tan solamente le habÃan hospedado en uno de los rincones de la cocina y no le habÃan hecho participe de la cena.
A causa de ello no tuvo energÃas para enrumbar su viaje y llevar consigo la pesada huakulla. Antes de retirarse suplico – entonces a los dueños – que le permitirán dejar – y juró: regresar – pero que tuvieran mucho cuidado y que por nada del mundo la destaparan por ningún motivo. Aceptaron casi obsequiosamente los dueños de la casa. Y partió con el compromiso de volver.
Entre tanto – la curiosidad mató al gato, o mejor dicho el gusanillo de la curiosidad les pico insistentemente. Se preguntaban – ¿qué contendrÃa? – ¿por qué habrÃa recomendado mucho la custodia de la huakulla? ¿Qué contendrÃa a su interior? ¿Por qué porfÃa mucho no quitar la tapa?
O tal vez sea un obsequio bondadoso, o contendrÃa oro. Los compueblanos no podÃan soportar la curiosidad y el tiempo que pasaba. Una madrugada esperanzados por el secreto que guardaba. Le quitaron la tapa y entonces muy consternados y timoratos vieron a vista y paciencia brotar lentamente un ojo cristalino de agua, ¡agua a chorros! chorros de agua, agua y más agua cristalina y no dejaba de parar.
El agua surgÃa interminablemente inundando, toda la comarca y sus moradores no tuvieron tiempo de escapar hasta que logró enterrar el torrente de agua a una ciudad, que yace bajo las profundidades del lago.
Cuentan, que junto a las aguas cristalinas brotaban los k´arachis, ispis, patillos, gaviotas, k´ullos, flamencos, patos, chanchos, patillos, zambulledores, qâ€eñola, qaslachupâ€uquña etc. Y todos los seres vivientes que en la actualidad moran en el habitad de las aguas del Lago Titikaka.
Que siendo asÃ, el efecto de la maldad, la ambición y la curiosidad de los habitantes de ese pueblo leyendario, quedó enterrada una sociedad, con sus habitantes, su cultura y sus costumbres del cual ahora no tenemos precisión.
Se cuenta también, que en noches lóbregas, donde se ausenta la luna en el fondo del Lago Titikaka brilla resplandeciente y se puede observar todo el desfiladero de la ciudad perdida, especialmente en aquellos momentos donde se pierde la noción de la razón sosegado de la cosmovisión y balbuceando cuenta el momento de la “es el momento de la hora†es el tiempo del “paye†que les lleva a sucumbir ingresar a las aguas por el desfiladero hacia la sociedad perdida sólo hallan la muerte.
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