EL PRINCIPE PAJARO
Esto era un rey que tenía un hijo que era muy malo, que cuando era chico se iba por ahí sin avisar a sus padres y, además, le pegaba a los criados.
Cuando el niño ya se hizo mayor, le dio por jugar a las cartas y en eso se gastaba todo el dinero que llegaba a sus manos. El padre, como era rey, vivía abochornado por ese hijo tan desgraciado que tenía, así que un día pensó: “Lo voy a encantar en un pájaro a ver si se enmienda”. Habló con gente que sabía de encantamientos y lo encantaron en un pájaro. Justo lo que quería el rey.
Mientras tanto, el muchacho se había echado una novia. Y desde que lo encantaron, todos los días, el príncipe pájaro entraba a las doce en punto en la habitación de su novia. Ella dejaba abierta las ventanas y él venía volando y se colaba.
Pero un día la muchacha no se acordó de abrir las ventanas y el pájaro, confiado, se chocó con el cristal. Se hirió la cabeza y se enfadó con la novia, y le dijo:
-Ahora, si me quieres ver más, tienes que ir sola al Castillo de Irás y No Volverás.
Pasaron varios días y el pájaro no aparecía por las ventanas, así que la muchacha no tuvo más remedio que ir al castillo. No había caminado mucho cuando se encontró con un águila, un cuervo y una hormiguita que se estaban peleando por comerse un burro. Pero armaban tanto jaleo que no se les entendía nada. Entonces la muchacha les preguntó:
-¿Qué os pasa? ¿A qué viene tanto ruido?
Y los animales le contestaron:
-Es que estamos peleándonos por comernos este burro.
-No os peleéis más. Yo haré las particiones. Toma, hormiguita, para ti la cabeza, que tiene sitios pequeños por donde tú te puedes meter. Toma, cuervo, para ti las patas, que tienes un pico fuerte para romper los huesos. Y toma, águila, para ti las tripas, que tú no tienes dientes.
Se pusieron a comer y, cuando se fue la niña, dijo el águila:
-Hay que ver lo bien que ha hecho las particiones y no le hemos dado ni las gracias.
-Pues llámala, que se las vamos a dar.
Fue el águila detrás de ella y la niña, que la vio, pensó asustada: “Ay, madre mía, eso es que ya se han comido el burro, ya se han hartado y ahora me quieren comer a mí”. Pero se volvió para atrás y le preguntó:
-¿Qué queréis?
-No, que no te hemos dado las gracias.
El águila se arrancó una pluma y se la dio, y le dijo:
-Cuando me necesites, sólo tienes que decir: “Yo y águila” y saldrás volando.
La hormiguita le dio un pelo de sus antenas y le dijo:
-Si te hace falta, di: “Yo y hormiga” y te harás pequeña como una hormiga.
Y el cuervo también le dio una pluma.
-Cuando me necesites, grita: “Yo y cuervo” y te convertirás en un cuervo como yo.
La chiquilla cogió las tres cosas y se fue corriendo. Por el camino se encontró con una casita donde vivía un anciano muy viejo y muy sucio. La casa también estaba muy sucia, sin barrer, los platos sin fregar..., y dice ella:
-No se preocupe, abuelo, ahora mismo se lo hago yo todo.
Le fregó los platos, le hizo de comer, le lavó la ropa y le dio de comer.
Al otro día, le dijo al anciano:
-Mire, ya me tengo que ir.
-¿Dónde vas?
-Al Castillo de Irás y No Volverás.
-Ese es un sitio muy peligroso. Mira: cuando llegues, te vas a encontrar muchos perros a un lado del camino y toros en el otro lado. Los toros tienes puesta carne para comer y los perros tienen puesto grano. Como tienen la comida cambiada, pues todo el que pasa por allí no sale vivo, se lo comen entre unos y otros. Cuando tú llegues, lo primero que tienes que hacer es ponerles a los perros la carne y el pienso a los bueyes. Y así puedes pasar por su lado sin que te pase nada.
Así lo hizo. Fue cambiando los cestos de un lado a otro y pasó sin peligro.
Llegó al castillo y empezó a dar vueltas por un lado y por otro, pero todas las puertas y todas las ventanas estaban cerradas y no conseguía entrar. Entonces vio una ventana muy alta que estaba abierta y gritó: “Yo y águila” y echó a volar hasta que alcanzó esa ventana y entró en el castillo.
Cuando estaba dentro, se encontró que todas las puertas estaban cerradas, así que dijo: “Yo y hormiga”, se volvió hormiga y entró por debajo de las puertas hasta que encontró al príncipe, que estaba encerrado allí, pero ya en forma de persona.
El príncipe estaba acostado boca arriba, sin poder moverse, y le explicó que la única forma de desencantarlo era trayendo un huevo de paloma y estrellándoselo en la frente.
La muchacha no se lo pensó dos veces y gritó: “Yo y cuervo”. Se convirtió en cuervo y salió volando del castillo hasta que encontró un palomar y robó un huevo de paloma. Volvió al castillo y le estrelló el huevo en la frente y entonces se le quitó el encantamiento al príncipe.
Volvieron los dos a palacio, se casaron y tuvieron dos hijos muy buenos que no eran como su padre.
Y se acabó este cuento con pan y pimiento y rabanillos tuertos.
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