LA ÚLTIMA NAVIDAD
En la historia de los tiempos, concretamente en Navidad, todos nos volvemos más humanos, más alegres, más melancólicos... Todos menos Mr. Trodat, un viejo gruñón que siempre detestó la Navidad de una forma exagerada. Cuando llegaban estas fechas, se encerraba en su casa, se armaba de sus libros y cuando sonaban los villancicos, salÃa por la ventana a echar a los niños que los cantaban. - ¡Malditos niños! ¡Fuera de aquà y dejáos de ñoñeces!-. Todos le temÃan por su mal genio, y hasta Mrs. Antino, que limpiaba en su casa una vez por semana, le tenÃa no poco miedo. - De buena gana no le limpiaba más, total, para lo que me paga... pero mis hijos necesitan comer. ¿Este hombre no tiene sentimientos?- Les contaba a los que como ella, le conocÃan tan bien. SabÃan que sus hijos le habÃan pedido limosna y que con patadas los habÃa echado de su casa. Pero las nieves acechaban con sus garras heladas aquel año, impidiendo a los niños y las gentes cantar y estar felices. El hambre y el frÃo también tuvieron encuentro, y mucha gente enfermó aquella Navidad, en fin, como casi todas.
La noche anterior a Navidad, Mr. Trodat se acostó muy temprano. Cenó un poco de pan con ajo y se fue a la cama. Mientras dormÃa, alguien picó a la puerta de su habitación. -¿Quién recórcholis es? ¿Quién ha osado a entrar en mi casa sin mi permiso? ¿Es usted, Mrs. Antino?- Pero nadie contestó. Muy enfadado, sin un ápice de miedo en su retorcido rostro, cogió un trozo de leña y, poniéndose las zapatillas, se acercó a la puerta. Abrió súbitamente, -¡Maldito ladrón, te... !- pero no vio a nadie. - ¿Qué clase de broma es esta?-. Y gruñendo de nuevo, volvió a cerrarla.
De pronto, cuando solo se hubo acostado en la cama, la puerta se abrió y Mr. Trodat pudo ver asombrado una figura negra llevando consigo una hoz. -¿Quién eres? ¿Qué quieres?- Dijo titubeante- ¿No sabes quién soy?- Dijo la figura negra. -No, acércate más-. Y la figura negra asà lo hizo. Cuando estuvo en sus mismas narices, Mr. Trodat pudo ver quién era. -¡No! ¡No! ¡Eres la Muerte! ¡Vete de mi casa! ¡Aún no me quiero ir!-. La Muerte, silenciosa, se sentó a su lado y le dijo: - Hace muchos años que estás muerto, Trodat. ¿Cuándo fue la última vez que sonreÃste a un niño? ¿Cuándo fue la última vez que ofreciste tu cariño a la gente que lo necesitaba? Ya te he concedido demasiado tiempo. Esto se acabó-. ¡No, por favor! ¡Haré lo que me pidas, lo que quieras, pero no me lleves todavÃa! ¡SÃ, sÃ, es verdad! ¡Soy un cascarrabias y un tonto viejo gruñón! ¡Tengo dinero para toda esta pobre gente! ¿Ves? Lo guardo aquÃ... - Señaló a una baldosa debajo de su cama.- No puedo creerte. Tienes más de ochenta años y no has cambiado nunca. ¿Qué más da? Tarde o temprano, vendré a por ti, y a donde vas les caerás muy bien -. ¡Dame un dÃa! ¡Sólo un dÃa! ¡Te prometo que cambiaré! Oh, Dios mÃo, siempre he estado solo y nadie me ha dado cariño. Me he transformado en un monstruo...- Dijo abatido.- He esperado muchos años para oÃr esas palabras, pero ya es demasiado tarde. Ahora acuéstate, ponte cómodo. Tu nueva vida te espera...- Mr. Trodat hizo lo que la Muerte le habÃa pedido, no sin antes levantar la baldosa y sacar de ella todos los billetes, dejándolos todos encima de su mesita de noche. Y esperó, esperó, hasta que dejó de pensar y sentir.
Al cabo de un tiempo que no supo medir, Mr. Trodat, suponiéndose muerto sobre su cama, fue deslumbrado por una luz cegadora, y a lo lejos, creyó oÃr unos angelicales cánticos. - ¡No puede ser, estoy en el cielo!- Pensó, pero no fue capaz de abrir los ojos, no hasta que escuchó unos fuertes golpes y una voz femenina. -¡Mr. Trodat! ¡Mr. Trodat! ¡Abra la puerta, soy Mrs. Antino!-. Entonces fue cuando abrió los ojos, y vio su cuarto, sus billetes encima de la mesita de noche y un rayo de luz entrando por la ventana.
- ¡Vamos, Mr. Trodat! ¡Hoy es Navidad! Le he traÃdo un poco del pavo que he cocinado. ¡Vamos, no sea tan orgulloso y abra la puerta!- Y Mr. Trodat comprendió que la Muerte le habÃa perdonado la vida. -¡Es maravilloso! ¡Estoy vivo! ¡Vivoooooo!- Asà que dio un salto, se puso su batÃn, sus zapatillas, cogió unos cuantos billetes y bajó a saltos escaleras abajo hasta la puerta. Mrs. Antino ya se marchaba resignada con su pavo entre las manos y al oÃr los gritos del anciano, se volvió asustada, pensando que se habÃa vuelto loco. -¡Mrs. Antino! ¡Vuelva aquÃ, por favor! ¡Es Navidad, Navidad, y estoy vivo! ¡Je,Je, vivoooooo!-
Y con sus gritos de euforia logró despertar a los que todavÃa dormÃan. A lo lejos se oyeron villancicos y habÃa dejado de nevar, y habiéndole entregado cinco billetes a Mrs. Antino se fue corriendo hacia los chicos que cantaban, uniéndose a ellos y lanzando billetes a todos los pobres que acudÃan a su encuentro. -¡Se ha vuelto loco!- DecÃa la gente, y Mrs. Andino, llorando de emoción, dijo: - Dejadle que disfrute de su locura. Mr. Trodat sabe que ésta va a ser su última Navidad-. Y lo vieron regresar a su casa con un reguero de niños a sus espaldas, cantando y riendo, feliz por poder disfrutar de su última Navidad.
Fin.