Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veÃa por vez primera, pero asà era. Él habÃa subido en la misma estación que yo y estaba solo.
Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los dÃas de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacÃa de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya habÃa vivido durante cada noche de insomnio.
Yo no tenÃa pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera habÃa dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.