HabÃa una vez, en Tepeji del RÃo, una pulga. Es decir, hubo muchas pulgas, pero sólo vamos a contar la historia de una.
Cierto dÃa dicha pulga estaba muy quitada de la pena, cuando de pronto escuchó:
Corrió a la ventana, vio el humo de los cohetes y mucha gente muy endomingada.
—¡Cómo se me fue a olvidar! —exclamó la pulga al recordar que ese dÃa se celebraba la fiesta del pueblo—. ¡Yo no puedo faltar!
Dio una maroma, patinó en el borde de la ventana y, con los brazos extendidos, se echó al aire como un clavadista de La Quebrada, yendo a caer sobre la banqueta. Como no tenÃa muchas ganas de caminar, digo, de brincar, se subió al primer perro que pasó por ahà y, rápido, llegaron a la feria.
—¡Cuánta gente! dijo—. ¿Cómo se verá el mundo desde la rueda de la fortuna?
Se formó en la cola, muy paciente, detrás de unos zapatos color café. En eso, recordó:
"¡Qué tonta! ¡Por las prisas olvidé mi bolso en casa! ¿Con qué voy a pagar?... ¡Yo me cuelo!"
Y de un solo brinco, se colgó de las agujetas de los zapatos color café.
Los zapatos la llevaron hasta una canastilla que se mecÃa suavemente. La pulga se acomodó en la agujeta y dijo:
—Gracias, zapato, me has traÃdo a un palco de primera.
La canastilla empezó a subir:
—¡Qué vista! ¡Qué fresco viento! —pensó la pulga, emocionada—.
¡Quiero estar aquà todo el dÃa!
La rueda de la fortuna empezó a girar. Cuando la canastilla llegó a lo más alto, la pulga se asomó.
En eso... sintió que el estómago se le ponÃa de corbata; después...
La rueda tomó vuelo, las gentes gritaban; la cabeza de la pulga, al igual que la rueda, también daba vueltas.
—¡Mejor me bajo de aquà —pensó la pulga.
Y sintiéndose golondrina borracha, se lanzó al vacÃo en un doble salto mortal. ¡Allá va, volando y sin paracaÃdas! Hasta que... ¡zaz!, fue a caer sobre la cabeza de una señora muy encopetada.
—¡Ay, qué rico colchón! —pensó la pulga, y se quedó ahà en lo que se le pasaba el mareo.
Desde ese cómodo mirador, la pulga se paseó y disfrutó de otros juegos.
De pronto, una violenta agitación la despertó: un peine barrió con ella y la tiró al piso.
—¿Qué pasó, qué pasó? —exclamó, manoteando contra un imaginario enemigo. Ya calmada, se dio cuenta de que se encontraba en una elegante casa.
—¡Qué coraje, de lo que me perdà —se lamentó al sentirse lejos de la fiesta.
Sobre un cojÃn de terciopelo, vio un enorme gato de angora. Como ella siempre quiso probar la sangre de gato fino, se acercó, brincó sobre él y lo mordió.
—¡Fuchi! —dijo al probar la sangre—. ¡Está muy salada!
Entonces, brinco a brinquito, llegó hasta el tobillo de la señora, subió a la pantorrilla y picó furiosamente.
—¡Qué diferencia, ésta sà es sangre fina! —se relamió.
—¡Ay, me ha picado un bicho! —gritó la señora—. ¡Pulgas en mi alcoba! ¡No puede ser! ¡MarÃa, Teresa, Eulalia, vengan rápido!
¡Busquen y maten a todas las pulgas que se encuentren por aquÃ!
Las sirvientas llegaron corriendo; esparcieron insecticida por todos lados y comenzaron a buscar. La pulga brincaba con desesperación, intentando escapar del esmog letal que la perseguÃa. Ya los gases le pisaban los talones cuando, debajo del ropero, descubrió una puertecita; la abrió y, respirando agitadamente, la cerró tras de sÃ. Era la casa de un ratón. Sentado en una mecedora, muy tranquilo, el señor ratón leÃa el periódico.
Al darse cuenta de la presencia de la intrusa, exclamó:
—¿Qué haces aquÃ, pulga? ¿No sabes que no somos de la misma especie? Vete. No quiero que me chupes la sangre.
La pulga, llorosa y desesperada, suplicó al ratón:
—Escóndeme en tu casa, ratón, por favor. Me iré en cuanto el campo de batalla esté tranquilo.
—¿En cuanto qué? —dijo el señor ratón.
—Es que tres mujeres me vienen persiguiendo y me quieren matar. Ayúdame.
—Está bien —dijo—, puedes quedarte; pero que no se te ocurra acercarte a mÃ.
Y asà la pulga se quedó a vivir en la casa del ratón. Al pasar los dÃas se hicieron grandes amigos; cada uno contó al otro la historia de su vida.
Suspirando, la pulga le platicó que le gustarÃa terminar su vida en un zoológico para poder chupar sangres exóticas, de distintos sabores. Por su parte, el ratón confesó que tenÃa unas ganas locas de tener un bonito reloj como el del dueño de la gran casa.
Esa misma noche, la pulga, con sigilosos brincos, llegó hasta la cama donde descansaba un hombre. Al escuchar el tic-tac del reloj la pulga dudó:
—¿No será una bomba? —y prosiguió—: ¡No puede ser! ¡Ãnimo! ¡Valor! ¡Al ataque!
La pulga cayó sobre su vÃctima y la atacó con gran velocidad; le picó en las piernas, en la panza y en los brazos, hasta que la despertó.
Con gran escándalo, el hombre buscó a la autora de tales piquetes. En medio de un revuelo de cobijas, sábanas y almohadas, un reloj de bolsillo cayó al piso, sin que el furioso hombre se diera cuenta.
Renegando, reacomodó las cobijas, se calmó y volvió a dormirse.
Frotándose las patas delanteras de alegrÃa, la pulga bailó ceremoniosamente alrededor del reloj; flexionando los brazos igual que un pesista se puso a jalarlo. Atravesó varias habitaciones hasta que llegó a la casa del ratón. AUTOR: