Fernando miró hacia la calle por un agujero de bala que tenÃa la puerta
metálica. Detrás de él estaban cuatro sobrevivientes que la desgracia habÃa
juntado. Uno de ellos intentó disuadirlo nuevamente:
- Fernando, no lo hagas, se van a dar cuenta y… No creo que puedas engañar a
los zombies.
- Qué pierdo con intentarlo - comentó Fernando, volviéndose hacia sus
compañeros -. Ah sÃ, mi vida, ¡ja…! Pero si no lo intento, de todas formas
igual vamos a morir, moriremos de hambre.
Sus compañeros agacharon la cabeza: él tenÃa razón. Fernando se despidió
y salió a la calle; los otros cerraron la puerta mientra le deseaban
suerte. Â
La calle parecÃa desierta, pero él sabÃa que los zombies estaban por
allÃ.   Caminaba lentamente, intentando parecerse a un zombie.
Se habÃa untado sobre la ropa la maloliente grasa de uno para oler como ellos,
esperando que eso bastara para que no olfatearan su carne fresca.Â
Al pasar frente a un edificio, un grupo de reanimados salió de él. Fernando
metió la mano en el bolsillo donde guardaba el revolver, mas siguió con su
actuación, y ésta funcionó; los zombies, que habÃan salido del edificio
lanzando gemidos y estirando los brazos hacia él, parecieron calmarse de
pronto, bajaron los brazos y empezaron a andar lento; pero para su desgracia
comenzaron a seguirlo.Â
Él habÃa observado aquella conducta: los zombies tendÃan a agruparse
siguiéndose entre si.Â
Su plan era encontrar comida en algún mercado y regresar. Divisó el cartel de
una tienda de vÃveres, y de a poco se fue desviando hacia el lugar, apartándose
del putrefacto grupo que lo seguÃa, pero cuando iba a entrar a la tienda, un
grupo mayor de zombies salió de ella. Para evitarlos, no tuvo otra salida que
seguir por la calle, y nuevamente estuvo rodeado de muertos andantes. Ninguno
parecÃa notar que él estaba vivo, aunque los que estaban más próximos emitÃan
una especie de gruñido y levantaban la cabeza y la giraban olfateando el
aire.Â
El terror se fue adueñando de él, le parecÃa que en cualquier momento lo iban a
descubrir, y lo rodeaban por todas partes, y la horda iba aumentando a medida
que avanzaban.  Intentó retrasarse y asà perderlos, mas al mirar
sobre su hombro, vio con horror que ahora la horda se extendÃa como una larga
procesión detrás de él. Siguió unas cuadras más. La hediondez de la muchedumbre
decrépita era casi insoportable, y el terror de ser descubierto lo dominaba
cada vez más. Ya no querÃa soportar aquella situación, era
demasiado. Sacó el revolver y lo fue levantando lentamente hacia su
cabeza. Se iba a disparar cuando una mano le aferró el brazo. Fernando volteó y
su mirada se topó con unos ojos que no eran de zombie, era alguien que estaba
vivo.Â
Era una mujer, e igual que él fingÃa ser un zombie. Con los ojos, mirando hacia
varios puntos de la horda, la mujer le indicó que habÃa otros, y al observar
Fernando se dio cuenta que era asÃ. No solamente a él se le habÃa ocurrido
aquella idea. Los infiltrados siguieron a los muertos un largo trecho
hasta que pudieron apartarse. Por el momento estaban a salvo.