Él
Por las ventanas de la solitaria casa escapaba algo de luz, haciéndola resaltar en la noche. Hacia todos lados se extendÃan praderas y plantaciones que se alternaban. Un camino cruzaba cerca de la casa, y desde el anochecer, MarÃa escudriñaba rumbo a uno de sus extremos, esperando afligida.
Esa parte el camino atravesaba un terreno que se iba elevando, y descendÃa abruptamente del otro lado de la colina. MarÃa miraba hacia la cima, hacia la parte donde el camino parecÃa desaparecer, esperando que en cualquier momento se recortara en él la silueta de Gerardo, su marido, que siempre regresaba de su trabajo al atardecer, pero que aún no lo hacÃa.
MarÃa volteó hacia la casa. “Mejor preparo la cena mientras lo esperoâ€, pensó. Echó una última mirada al camino, después salió con paso lento hacia su hogar.
En la mesada de la cocina, MarÃa raspaba una zanahoria, sumida en sus preocupaciones. Estaba ubicada frente a una ventana, y tras el cristal, en el fondo oscuro de la noche, surgieron de pronto dos ojos que la miraban fijamente. MarÃa estuvo a punto de gritar, pero tras un instante, los ojos estaban en el rostro de Gerardo, y éste sonreÃa, mas la mirada era la misma. Ella se llevó las manos al rostro, luego las bajó hasta el pecho como quien siente su corazón.
- ¡Gerardo, que susto me diste! - Exclamó ella, y le preguntó -. ¿Qué haces ahÃ, como espiando? No es nada gracioso.
- QuerÃa ver si estabas en casa - respondió él, y se alejó de la ventana y la oscuridad lo cubrió completamente.
A ella le resultó un poco rara la respuesta. Mientras se limpiaba las manos, un montón de interrogantes se agolparon en su mente. Al pasar a la sala descubrió que él aún no habÃa entrado.
Al abrir la puerta lo vio a unos pasos de ésta, sonriendo.
- ¿Por qué no entraste? ¿Qué te pasa? - lo interrogó MarÃa.
- Nada, no me pasa nada - y después de responder eso entró. Se sentó en un sofá, siempre sonriendo, y volteando hacia un lado y hacia otro observó todo lo que lo rodeaba.
Por más que MarÃa lo interrogó, no pudo hacerlo contar qué le habÃa pasado, y respondÃa casi todo con las mismas respuestas. Luego se fueron a acostar.
Al amanecer ella despertó sola. Primero creyó que él se encontraba en el baño, después lo buscó en la cocina, por toda la casa; ya no estaba, se habÃa marchado. Al salir al patio, recorrió los alrededores con la mirada, y vio que Gerardo venÃa por el campo. Al verlo de cerca se impresionó: estaba pálido ojeroso. Cuando él, después de recuperarse un poco, le narró lo que le habÃa pasado, MarÃa se llenó de terror y se estremeció, comenzó a negar con la cabeza y se echó a llorar como una loca: A Gerardo lo habÃan paralizado con una luz extraña que proyectaron desde un ovni que apareció de repente en el cielo, y habÃa permanecido asà toda la noche.