Érase una vez un matrimonio de leñadores que tenÃa dos
hijos. Pedro, el mayor, era un chico muy miedoso. Cualquier ruido le
sobresaltaba y las noches eran para él terrorÃficas. Juan, el pequeño, era todo
lo contrario. No tenÃa miedo de nada. Por esa razón, la gente lo llamaba Juan
sin miedo. Un dÃa, Juan decidió salir de su casa en busca de aventuras. De nada
sirvió que sus padres intentaron convencerlo de que no lo hiciera. El querÃa
conocer el miedo. Saber que se sentÃa.
Estuvo andando sin parar varios
dÃas sin que nada especial le sucediese. Llegó un bosque y decidió cruzarlo.
Bastante aburrido, se sentó a descansar un rato. De repente, una bruja de
terrible aspecto, rodeada de humo maloliente y haciendo grandes aspavientos,
apareció junto a él.
¿Que ahà abuela? -saludo Juan con toda
tranquilidad.
¡Desvergonzado! ¡Soy una bruja!
Pero Juan nos
impresionó. La bruja intentó todo lo que sabÃa para asustar a aquel muchacho.
Nada dio resultado. Asà que se dio media vuelta y se fue de allà cabizbaja,
pensando que era su primer fracaso como bruja.
Tras su descanso, Juan
echó a andar de nuevo. En un claro del bosque encontró una casa. Llamo a la
puerta y le abrió un espantoso ogro que, al ver al muchacho, comenzó a lanzar
unas terribles carcajadas.
Juan no soportó que se riera de él. Se quitó
el cinturón y empezó a darle unos terribles golpes hasta que el ogro le rogó que
parase.
El muchacho pasó la noche en la casa del ogro. Por la mañana
siguió su camino y llegó a una ciudad. En la plaza un pregonero leÃa un mensaje
del rey.
Y a quien se atreva a pasar tres noches seguidas en este
castillo, el rey le concederá a la mano de la princesa.
Juan sin miedo se
dirigió al palacio real, donde fue recibido por el soberano.
Majestad,
estoy dispuesto a ir a ese castillo dijo el muchacho.
Sin duda has de ser
muy valiente contestó el monarca. Pero creo que deberÃas pensar lo
mejor.
Está decidido respondió Juan con gran seguridad.
Juan llegó al
castillo. Llevaba años deshabitado. HabÃa polvo y telarañas por todas partes.
Como tenÃa frÃo, encendió una hoguera. Con el calor se quedó dormido.
Al
rato, unos ruidos de cadenas lo despertaron. Al abrir los ojos, el muchacho vio
ante él un fantasma.
Juan, muy enfadado por qué lo hubieran despertado,
cogió un palo ardiendo y se lo tiró al fantasma.
Este, con su sábana en
llamas, huyó de allà y el muchacho siguió durmiendo tan tranquilo.
Por la
mañana, siguió recorriendo el castillo. Encontró una habitación con una cama y
decidió pasar allà su segunda noche. Al poco rato de haberse acostado, o yo lo
que parecÃan maullidos de gatos. Y ante él aparecieron tres grandes tigres que
lo miraban con ojos amenazadores.
Juan cogió la barra de hierro y empezó
a repartir golpes. Con cada golpe, los tigres se iban haciendo más pequeños.
Tanto redujeron su tamaño que, al final, quedaron convertidos en unos juguetones
que a gatitos a los que Juan estuvo acariciando.
Llegó la tercera noche y
Juan se echó a dormir. Al cabo de unos minutos escuchó unos impresionantes
rugidos. Un enorme león estaba a punto de atacarlo. El muchacho cogió la barra
de hierro y empezó a golpear al pobre animal, quien empezó a decir con voz
suplicante: ¡Basta! ¡basta! ¡no me es más! ¡eres un bruto! ¿no te das cuenta de
que me vas a matar?
A la mañana siguiente, Juan sin miedo apareció el
palacio real. El rey, que no daba crédito a sus ojos, le concedió la mano de su
hija y, a los pocos dÃas se celebraron las bodas.
Juan estaba encantado
con su esposa y se sentÃa muy feliz.
La princesa también lo estaba. Pero
decidió que harÃa conocer el miedo a su marido.
Una noche, mientras Juan
dormÃa, ella cogió una jarra de agua frÃa y se la derramó encima.
El
pobre Juan creyó morir del susto. Temblaba de terror. Sus pelos estaban rizados
y ¡conoció el miedo, por fin!
Juan una vez recuperado, agradeció su
esposa haberle hecho sentir miedo, algo que todo el mundo conoce.
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