Como de costumbre, la mamá de margarita estaba cosiendo un hermoso vestido para su hija. Esta vez era blanco con margaritas bordadas.
Pero, ¡Margarita era tan descuidada con su ropa! Apenas la estrenaba y ya tenÃa una mancha o, peor todavÃa, algún agujero. Y cuando se desvestÃa, la dejaba toda arrugada, hecha un bollo y tirada en el suelo.
La pobre mamá estaba siempre muy ocupada cosiendo, lavando, planchando, remendando y guardando la ropa de Margarita.
Por eso, cuando la mamá bordaba las flores del nuevo vestido blanco, los viejos observaban con tristeza, desde el placard:
-¡Pobre… tan lindo y tan blanco…! -suspiró el rojo.
-SÃ, no sabe lo que le espera -continuó el de cuadritos desde su percha.
-Con una dueña como Margarita, ¡qué poco dura eso de ser "nuevo"! -se quejó el de rayitas.
-Es verdad, después de un dÃa de uso, ya somos "viejos" -se lamentó el de los lunares azules.
-Y si no, mÃrenme a mà -continuó esta vez el amarillo muy enojado- el primer dÃa, nomás, ya me enganchó en un clavo. ¡Observen qué feo zurcido me quedó eh la parte de atrás!
Entonces habló una de las prendas más importantes del vestuario de Margarita: el tapado verde con cuello de piel.
-Yo ya estoy harto de que me arranquen los botones, de que no me cuelgue en la percha y de todas estas manchas pegajosas de caramelo y chocolate. Creo que deberÃamos hacer algo. Hay que darle una lección a esa niña descuidada.
-SÃ, no es justo que ese hermoso vestido blanco sufra todas estas cosas -dijo tÃmidamente uno de seda rosa que habÃa estado escuchando desde un rincón y que tenÃa una horrible mancha en un costado.
-Estoy de acuerdo, pero, ¿qué podemos hacer? -preguntó el de terciopelo con la manga descocida.
Y después de un largo rato de discusión, quedó convenido que esa misma noche hablarÃan con su dueña.
Y asà fue: cuando Margarita se acostó, todos salieron del placard, rodearon su cama y, uno a uno, se quejaron de de los malos tratos recibidos. Cuando terminaron, volvieron a sus perchas y Margarita se durmió.
Pero al dÃa siguiente, cuando tomaba el desayuno, Margarita vio el vestido que su mamá estaba bordando y dijo:
-¡Qué bonito está quedando! ¡Es precioso! Y, ¿sabés una cosa, mamá? A éste lo voy a cuidar mucho, mucho… A toda mi ropa la voy a cuidar mucho.
La mamá quedó asombrada por la repentina decisión de su hija y, antes de que pudiese preguntar nada, Margarita siguió diciendo:
-Anoche tuve una pesadilla espantosa, pero ahora no te la puedo contar porque se me hace tarde para ir a la escuela.
Le dio un beso grandote, grandote, y se fue.
Y si los vestidos saben sonreÃr, digamos que todos sonrieron aliviados desde sus perchas.
Y la mamá, satisfecha y sonriendo más que todos juntos, se sentó a terminar el bordado de esas flores que, como su hija, se llamaban "margaritas".
AUTOR : Raquel Marta.