Los cazadores, armados de lanzas y de agudos venablos, se acercaban silenciosamente. |
La leona, que estaba amamantando a sus hijitos, sintió el olor y advirtió en seguida el peligro. |
Pero ya era demasiado tarde: los cazadores estaban ante ella, dispuestos a herirla. |
A la vista de aquellas armas, la leona, aterrada, quiso escapar. Y de repente pensó que sus hijitos quedarÃan entonces a merced de los cazadores. Decidida a todo por defenderlos, bajó la mirada para no ver las amenazadoras puntas de aquellos hierros y, dando un salto desesperado, se lanzó sobre ellos, poniéndolos en fuga. |
Su extraordinario coraje la salvó a ella y salvó a sus pequeñuelos. Porque nada hay imposible cuando el amor guÃa las acciones. |