Caminaban una mañana por la playa solitaria un anciano y un joven cabizbajo.
–Tu rostro refleja una gran tristeza. ¿Qué te sucede?
–Nada me sale bien, los planes que he hecho no resuelven mi situación económica; no soy más que un fracasado, y para colmo de males, ayer mi novia me abandonó.
–Es importante que aprendas a mantenerte firme y sepas enfrentar serenamente las dificultades de la vida.
–Siempre lo he hecho, pero esta es demasiado grande y estoy cansado de luchar en vano durante tanto tiempo.
–Ven, vamos a sentarnos debajo de aquel árbol. Deseo que reflexiones sobre una pequeña historia que voy a narrarte, procura escucharla atentamente para que no la olvides –le dijo el anciano y ambos se encaminaron hacia el lugar señalado.
– ¿Cuál es la historia?
–Hace incontables años se erguÃa una roca inmensa a orillas del mar. Un dÃa su mirada arrogante se posó en el agua y dijo con voz poderosa y despectiva: “Yo he sido creada para reinar y tú, mar, para acariciar mis plantas servilmente.†Sonrió el mar y continuó acariciando a la roca dÃa y noche con una constancia milenaria. ReÃa la roca complacida y segura de su extraordinario poder, con tal
arrogancia, que el viento, incapaz de contemplar indiferente aquella escena, se indignaba a veces y soplaba con furia incontrolable sobre el mar lanzando sus aguas contra el peñasco, pero a los pocos dÃas se retiraba hastiado y cansado al ver que la roca continuaba riendo en medio de la tempestad. No hacÃa más que alejarse el viento y de inmediato el mar continuaba acariciando a la roca suavemente. Asà se mantuvo sin frustrarse ni un segundo durante incontables años, con una voluntad que no disminuÃan el tiempo, la risa burlona y los insultos de la roca.
–Este es el mar de nuestra historia –concluyó el anciano.
– ¿Y qué fue de la roca? –preguntó el joven.
–Mira –dijo el viejo tomando en su mano un puñado de arena— , en esto la convirtió la perseverancia del mar.
Autor: José Simón Consuegra