Ahora que diciembre regresa, me es sano recordarte, BenjamÃn López Rey. Antes de 1968, incluso ese año, su madre eligió y compró cada uno de los regalos que BenjamÃn, a regañadientes, entregó como propios en las Navidades, cumpleaños y distintas celebraciones en las que el protocolo exigÃa un presente. No era que no quisiese a las personas a quienes se los daba, ni tampoco que fuese egoÃsta. SentÃa envidia de los regalos. Se esforzaba por ocultar aquel enfado para no parecer un niño ridÃculo, pero le era imposible evitarlo. TenÃa un rostro sincero. Entre todos sus motivos, lo que más le dolÃa era que sus primos y amigos no corriesen entusiasmados a recibirlo a él, sino al dichoso regalo. Y el que se comportasen igual con el resto de invitados le indignaba de la misma manera. Cuando él pudo decidir qué regalar, apaciguó su malestar en parte. Las personas de su entorno perdieron el entusiasmo por lo que él pudiese darles, pero la expectación al romper el papel fue creciendo. En la adolescencia, a BenjamÃn le dio por no quedarse con ningún obsequio. Esperaba la fecha de cumpleaños de quien se lo habÃa dado y, manteniendo la envoltura original, se lo devolvÃa con espontánea naturalidad. QuerÃa desprestigiar el objeto, no el acto. Pese a ello, no dejó de ser un desatino que debido a la repetición fue prácticamente ignorado. En las Navidades, sus regalos se abrÃan primero para que los posteriores borrasen los sinsabores que aquellos provocaban. BenjamÃn pensaba constantemente al respecto. Apreciaba el gesto de dar, pero aborrecÃa el exagerado protagonismo que adquirÃan los objetos. Además, detestaba los agradecimientos tras ver qué habÃa debajo del papel, donde la alegrÃa se ampliaba o contraÃa de acuerdo al valor del presente. Tampoco entendÃa por qué era necesario darle forma fÃsica a un sentimiento. Dudaba. SabÃa que lo querÃan. ¿Cuánto más si llevaba algo? Deseaba encontrar a alguien que no alterase, en lo más mÃnimo, las demostraciones de amor hacia él ante la presencia de un obsequio. Sus padres contrataron a un psicólogo para evitar que la inquietud de su hijo degenerase. Escarbaron hasta llegar a los niños que no corrÃan a recibirlo a él. Cuando realizó prácticas en una empresa de eventos, BenjamÃn comenzó a regalar, tanto a los amigos que cumplÃan años como a los recién casados, cuanta chucherÃa de merchandising cayó en sus manos: llaveros, sudaderas, lápices, gorras. Y el que marcó un hito, entre los colegas de la oficina, fue el que le dio al gerente general por su quincuagésimo cumpleaños: un manojo de folletos con ofertas del supermercado que habÃa recolectado en su buzón. A la gente de su entorno siempre le costó entender cómo una persona, que despreciaba los obsequios, fuese tan meticulosa para seleccionar la envoltura. Bajo el árbol de Navidad, destacaban sobremanera los regalos que él hacÃa. Era habitual escuchar expresiones de halago tales como: ¡Ese papel me encanta! ¡Qué elegante! ¡Es perfecto para mÃ! ¡Precioso! Tras obtener un trabajo estable, se independizó del hogar de sus padres y descubrió el potencial de la cocina. Sus amigos y parientes comenzaron a recibir presentes muy variados: conservas de atún, menestras, doscientos gramos de jamón del paÃs, una lechuga, restos de panetón, un yogur a punto de caducar, arroz ya cocinado… y la lista continuó. Sus amigos, repentinamente, dejaron de invitarlo a las celebraciones. En realidad, no fue una decisión que tomaron de un dÃa a otro, pero optaron por hacerlo al unÃsono para evitar que BenjamÃn centrara su resentimiento en uno de ellos. En el caso de sus parientes, el rechazo se produjo de forma paulatina, indistintamente del grado de parentesco. Alejado de su pasado, López Rey deambuló. Supusieron que habÃa perdido el poco juicio que le quedaba. Iba por las calles con la mano envuelta en papel de regalo. Debajo de éste, un dedo con una carita pintada esperaba el momento para obsequiar una historia. El 27 de diciembre de 2001, sus familiares y amigos de infancia y juventud recibieron la misma invitación, pero con sobres distintos, diseñados con papel de regalo, a juego con el gusto de cada quien. Era la invitación al entierro de BenjamÃn López Rey, que él mismo habÃa organizado. El ataúd estaba envuelto en un papel hermoso. En la lápida, con forma de tarjeta, se leÃa: De BenjamÃn Para quien salga a recibirme sólo a mÃ. Autor: ( Rafael R. Valcárcel ) |