Es raro que una persona que haya vivido en el barrio madrileño de Lavapiés, en los años 50, no recuerde a Gloria DomÃnguez Carpio. Era una mujer muy poco agraciada, solterona y sin ningún pretendiente, se ganaba la vida fregando suelos, no tenÃa familiares cercanos ni amigos, su casa era una habitación sin ventanas y, en resumen, su existencia se limitaba a trabajar y a dormir, pero todos la envidiaban. Se la veÃa feliz. Algunos de los que rozaron por instantes la vida de Gloria no perdieron la oportunidad de preguntarle —con más indiscreción que sutileza— cuál era la razón de su desconcertante estado anÃmico. Y, palabras textuales de la señora DomÃnguez: “La gente me tomaba por una jovencita loca, por una loca clÃnica, mas no desgraciada. No lo decÃan, pero sus miradas bastaban. Además, se despedÃan de inmediato y no volvÃan a tocar el tema. Explicarles que mi alegrÃa se debÃa a la ilusión de llegar a casa para dormir cuanto antes y asà soñar el mayor tiempo posible les parecÃa demencialâ€. |
Ella no recuerda desde cuando empezó a vivir en sus sueños. También asegura no conservar imágenes de sus primeros años en casa de sus padres. Le gusta creer que llegó a ese mundo perfecto por casualidad, gracias a su curiosidad infantil. Sin embargo, Andrés Blanco, ex empleado del clausurado orfelinato Santa MarÃa, donde ella se crió, plantea que fue el dolor profundo y constante lo que la llevó a refugiarse en la fantasÃa. En todo caso, más allá del origen, lo relevante en su juventud era su presente. Y el presente no es algo que se ve o se toca o que está en el entorno, sino aquello que se siente y se percibe. Por eso mismo su felicidad era tan real. |
En los años 50, al salir del trabajo, Gloria evitaba cualquier tipo de contratiempo para llegar a su casa. Una vez ahÃ, se quitaba los zapatos en la entrada, abrÃa el baúl que contenÃa las conservas, sacaba una, cogÃa la barra de pan, cortaba un trozo, ponÃa una fruta junto a su plato y comÃa lo necesario. Tras terminar, colocaba los utensilios sucios en un barreño que poseÃa una tapa hermética para contener los olores. Después, salÃa al pasillo y entraba al baño comunitario. Ya bañada y en pijama, se iba directa a la cama. Esa rutina la seguÃa de lunes a viernes. El sábado, se despertaba a las 10 de la mañana, tomaba desayuno, realizaba las compras de la semana, lavaba todos los utensilios y la ropa, limpiaba su casa, comÃa algo más contundente que los otros dÃas, salÃa al pasillo, entraba al baño y, finalmente, se iba a dormir, hasta el lunes, dÃa en que se levantaba un poco antes de lo habitual para recoger la ropa del tendedero. |
Su casa era una habitación de 12 metros cuadrados, donde al apagar la luz era imposible distinguir si era de dÃa o de noche. TenÃa un colchón muy cómodo —colocado directamente sobre el suelo—, un armario salido, el baúl de las conservas, una caja con los utensilios, el barreño y una pequeña mesa personal de 20 centÃmetros de altura, sobre la que estaba el frutero y la panera. Nada más, ni siquiera polvo. |
Apenas se acostaba entre las delicadas sábanas, Gloria despertaba junto a su marido y hacÃa el amor, sintiendo las caricias de los primeros rayos del sol. Después alistaba a sus dos hijos para ir al colegio mientras él les preparaba la merienda. El resto del dÃa lo iba construyendo a su antojo. Pero no siempre fue de ese modo. Al comienzo dedicaba mucho tiempo a concentrarse en algo especÃfico para soñar con ello, y a menudo no resultaba. Cuando eso le fue fácil, empezó a manipularlos desde dentro, en sus duermevelas, cosa que le cansaba muchÃsimo. Con los años, aprendió a vivir dormida. Aquel proceso fue de la mano del tipo de sueños que creaba, pasando de princesas y hadas a una vida real perfecta. | |
El lunes 9 de marzo de 1959, dentro de su rutina, Gloria conoció a un asturiano que la comenzó a querer, aunque para ella sólo era un contratiempo. Él no desistió, cada dÃa se enamoraba más de la felicidad que transmitÃa y se lo hizo saber con cientos de detalles y algunas palabras. “Sólo por escucharlo, llegué hasta sentirme infiel con el hombre que me habÃa dado dos hijos en mis sueños. Sé que puede parecer ridÃculo… ¡tenÃamos una relación de casi 7 años! Una relación preciosa, idealâ€. |
Un dÃa, de repente, Gloria aceptó salir con el pretendiente. También aceptó casarse con él y emprendieron una nueva vida en Asturias. “Qué se va a hacer, me enamoré. Yo querÃa al padre de mis hijos, lo querÃa mucho, pero no era la clase de amor por la que eres capaz de dejarlo todo, tu armonÃa, incluso tu felicidadâ€. Actualmente Gloria DomÃnguez sigue casada en Asturias y tiene tres hijos y cinco nietos inscritos en el registro civil español. Asegura que todas las noches continúa viendo a sus otros dos descendientes, que aún no le han dado nietos. Autor: ( Rafael R. Valcárcel ) |