Un viajero llegó a una posada en una noche de las más frÃas de diciembre, y al pasar por la cocina vio que todos los asientos estaban ocupados por la mucha gente que habÃa alrededor del fuego; el no poder acercarse a calentar las uñas lo fastidió bastante.
-Mozo -dijo en alta voz al criado-, darás al momento a mi caballo dos docenas de ostras.
El mozo obedeció; y todas las personas que estaban en posesión de la lumbre no pudieron resistir al deseo de ver un animal tan extraordinario: se levantaron y marcharon en tropel a la caballeriza.
Entretanto, el viajero tomó el mejor asiento junto al fuego, y un instante después llegó el mozo a decirle, seguido de los curiosos, que el caballo no querÃa comer las ostras.
-¡Cómo! ¿no las quiere? -pregunta muy serio el viajero-. Pues ponme aquà la mesa, y me las comeré yo a su salud.