Seguramente sepáis de un niño o niña, o quizás más de uno que está pegando siempre en la escuela; o a lo mejor eres tú ese o esa que siempre está pegando a los demás, sin saber por qué lo haces.
En el colegio que ocurre esta historia habÃa uno de esos niños al que todos le llamaban “el pegónâ€, aunque su verdadero nombre era Santi, (palabra que se parece mucho a santo, pero con la que no tenÃa nada que ver, ni siquiera por casualidad). Todos los dÃas el maestro terminaba de los nervios, porque cuando no era uno el que llegaba y decÃa: “Santi me ha pegadoâ€, llegaba otro con la marca de un bocado en el brazo, o varias llorando a la vez porque les habÃa dado patadas en las espinillas. Por más que el maestro intentaba convencer a Santi para que no lo hiciera, éste hacia oÃdos sordos y seguÃa pegando sin ton ni son, asà le castigaran como si no. Era como si le diese igual cumplir los castigos, con tal de poder empalizar a unos pocos todos los dÃas.
En más de una ocasión algunos papás y mamás de otros niños le esperaban a la salida del colegio para hablar con los suyos y asà regañarle delante de ellos, a lo que él respondÃa poniendo una cara muy tristona y los hojitos como para llorar, repitiendo una frase que la tenÃa más que aprendida: -â€No lo volveré a hacer másâ€. Pero al dÃa siguiente se volvÃa a repetir la misma historia…
El maestro, que no se daba por vencido, decidió cambiar de estrategia y cuando al dÃa siguiente acabó la clase, le pidió a todos los niños y niñas -a los que Santi les habÃa pegado ese dÃa-, que levantasen la mano. Enseguida se levantaron tres manos, luego otro, otra y otra, hasta un total de nueve. Después pidió que hicieran lo mismo a los que Javier, un niño muy pacÃfico de la clase, hubiese, pero nadie la levantó, luego pidió que lo hicieran a los que Nuria habÃa pegado, y luego con Belén y varios más, pero a ninguno de ellos le levantaron la mano. Por último preguntó a quién le gustaba ser amigo de Santi, y entonces tampoco nadie quiso levantar la mano.
Esto mismo lo repitió el maestro un dÃa tras otro, hasta que el número de niños y niñas a los que pegaba Santi, empezó a bajar, y subÃa el de compañeros que levantaban la mano cuando el maestro preguntaba quién querÃa ser amigo suyo. Por fin un dÃa no pegó a nadie y asà siguió la mayorÃa del resto de los dÃas -aunque en alguna â€rara ocasión†se le escapara un manotazo- pero para entonces se habÃa dado cuenta de que preferÃa estar jugando con sus amigos a que tuvieran que huir de él.