En una clase – como puede ser la vuestra – habÃa dos parejas de hermanos gemelos. Por fuera eran iguales en todo, incluso iban vestidos de la misma manera. Una pareja la formaban Jaime y Jacinto (de pelo moreno y nariz respingona), y la otra, Manuel y Mateo (de pelo rubio y nariz regordeta). Además curiosamente los nombres de cada pareja de hermanos empezaban igual.
Y aunque como hermanos eran iguales; como parejas eran distintos. Manuel estaba siempre chinchando a su hermano Mateo, no desaprovechaba ocasión para dejarlo en ridÃculo, cuando se equivocaba en algo, le quitaba la libreta y se la enseñaba a la Seño para que viera lo mal que lo habÃa hecho, y si estaban en el recreo no dejaba que Mateo se juntase con él ni con sus amigos para jugar. Sin embargo Jaime y Jacinto iban juntos a todos lados, se ayudaban cuando alguno de los dos tenÃa dificultades con las actividades y si uno no jugaba con los compañeros, el otro tampoco querÃa jugar para quedarse con su hermano.
Un dÃa cuando iba Mateo hacia la escuela, a unos pasos detrás de su hermano – que caminaba con otros compañeros contando sus cosas-, pensó en lo mucho que envidiaba lo bien que se llevaban sus compañeros Jaime y Jacinto, ya que para él era un suplicio que su hermano lo tratase peor que otros niños de la clase. Entrando en el edificio pensó: -“Cómo me gustarÃa ser hermano de Jaime y Jacinto y no de este petardo que no hace más que hacerme la vida imposibleâ€-, cuando al pasar por la puerta de su aula, notó un chispazo de luz y que su cuerpo empezaba a transformarse: la nariz se le afinó y se le puso respingona, el pelo se le oscureció y ¡hasta su ropa se cambió exactamente igual a la de Jaime y Jacinto!
Todos en la clase se asombraron del cambio que habÃa sufrido Mateo, el cual fue muy bien recibido por Jaime y Jacinto, que no tardaron en tratarlo igual que se comportaban entre ellos. Todos aceptaron el cambio mágico que se habÃa producido, salvo Manuel, al cual le fastidiaba mucho haberse quedado sin alguien cercano a quien fastidiar. Y asà pasaron muchos dÃas, tantos que Mateo se sentÃa cada vez más a gusto con sus nuevos hermanos, y Manuel paso de sentirse fastidiado, a sentirse sólo. Tan solo, tan solo que un dÃa al dirigirse cabizbajo hacia la escuela sintió tanta pena de cómo se habÃa portado con su hermano, que su arrepentimiento hizo saltar un chispazo de luz en el momento en que su hermano entraba por la puerta de la clase, volviendo poco a poco a su aspecto normal; tras el cual – Manuel – salió corriendo a abrazarlo.