1. "En el año 10-Conejo de la era mexicana, 1502 de la cristiana, Auitzotzin, emperador de México, murió en Tenochtitlán, capital del Imperio. Nezahualpilli, que gobernaba la ciudad de Tezcuco, situada al borde de la laguna en cuyo centro surgÃa la isla de Tenochtitlán, se trasladó a la capital del monarca difunto para asistir a los funerales y tomar parte en la elección del nuevo emperador. No podÃan las mujeres participar en tales ceremonias, de modo que, aunque sus dos mujeres legÃtimas eran sobrinas del emperador difunto, no le acompañaron en su piadoso viaje a Tenochtitlán.  Nezahualpilli era el monarca más respetado del Imperio; dominaba el colegio electoral, y por consejo suyo se eligió emperador a Moctezuma.
2. Cuando Nezahualpilli se embarcó de regreso para Tezcuco, en el mismo momento en que los remeros de la canoa real herÃan el agua con el primer golpe del remo, se oyó un crujido seco, saltó la pala de un remo, y el remero que la servÃa, perdiendo el equilibrio, dio con la nuca en el compañero de atrás. Recobrada su estabilidad, la frágil embarcación se deslizó, suave y ligera, sobre las aguas de la laguna; pero a medida que avanzaba, él rey se dio cuenta de que la tripulación iba cabizbaja y abatida.
3. –Ya sé lo que estáis pensando– les dijo desde la popa, con tono paternal, casi afectuoso. –Ese remo roto que por poco hace caer al agua a Cara-Larga y que os ha hecho perder el equilibrio a todos, creéis que es de mal agüero. Cara-Larga nunca mereció su nombre más que ahora.
4. El remero del remo roto se llamaba Ixtlocoyu, que quiere decir 'cara larga', pero los marineros no estaban para juegos de palabras. El rey aguardó un momento en silencio, y luego, como suponÃa, Cara-Larga habló por todos:
5. –Uno de nosotros va a morir, o a uno de nosotros se le va a morir alguien.
6. –No sé por qué, ni sé qué tenga que ver con nuestra vida un remo roto para que pueda causar tal desastre– replicó el rey.
7. –No habÃa razón ninguna para que se rompiera– arguyó Cara-Larga alzando el mango roto; hay bastante fondo donde se rompió y yo sé que no di en nada duro.
8. –Dame acá ese astil– mandó el rey, y con ojos escudriñadores se puso a observarlo, –¿Veis?– les preguntó, enseñándoles el corte, –aquà está la rotura de hoy, pero el mango estaba ya trizado hace tiempo, sin que lo hubieseis observado. ¿No veis la diferencia de color, y el grano de la madera? Parece mentira que seáis tan simples. Parecéis mercaderes de esos que tiemblanÂ
de miedo cuando al ir de camino oyen las carcajadas del oactli salir del fondo del bosque, como si no estuviéramos hartos de saber que el oactli es un pájaro que se rÃe.
9. –Pues yo prefiero no oÃrle la risa– replicó el remero receloso, recobrando de manos del rey el astil del remo, respaldado tácitamente por todos sus compañeros que, sobrecogidos de espanto, siguieron remando en silencio, cabizbajos."