- Lo que te diese me lo quitarÃa a mÃ; ¡sigue tu camino! y dejando plantado al anciano, se alejó.
No se hizo esperar el castigo. Apenas habÃa asestado un par de hachazos a un tronco cuando se hirió en una pierna, y hubo que conducirlo a su casa. Dijo entonces «El zoquete»:
- Padre, déjame ir al bosque a buscar leña. - Tus hermanos se han lastimado -le contestó el padre-
- No te metas tú en esto, pues no entiendes nada. Pero el chico insistió tanto, que, al fin, le dijo su padre: -Vete, pues, si te empeñas; a fuerza de golpes ganarás experiencia.
Le dio la madre una torta amasada con agua y cocida en las cenizas. y una botella de cerveza agria. Cuando llegó al bosque se encontró igualmente con el hombrecillo gris, el cual lo saludó y dijo:
- Dame un poco de tu torta, y un trago de lo que llevas en la botella, pues tengo hambre y sed.
- No llevo sino una torta cocida en la ceniza y cerveza agria -le respondió «El zoquete»-; si te conformas, sentémonos y comeremos.
Y se sentaron. Y he aquà que cuando el mozo sacó la torta, resultó ser un magnÃfico pastel de huevos, y la cerveza agria se habÃa convertido en un vino excelente.
- Puesto que tienes buen corazón y eres generoso, te daré suerte. ¿Ves aquel viejo árbol de allÃ? Pues córtalo; encontrarás algo en la raÃz. Y con estas palabras, el hombrecillo se despidió.
«El zoquete» se encaminó al árbol y lo derribó a hachazos, y al caer apareció en la raÃz una oca de plumas de oro puro. Se la llevó consigo y entró en una posada para pasar la noche. El dueño tenÃa tres hijas, que, al ver la oca, sintieron por ella una gran curiosidad, y el deseo de poseer una de sus plumas de oro. La mayor pensó: «Será mucho que no encuentre una oportunidad para arrancarle una pluma», y, un momento en que el muchacho salió de su cuarto, sujetó la oca por un ala; pero los dedos y la mano se le quedaron pegados a ella. Pronto acudió la segunda, con la idea de llevarse también una pluma de oro; pero no bien tocó a su hermana quedó pegada a ella. Finalmente, fue la tercera con idéntico propósito, y las otras le gritaron: - ¡Apártate, por Dios Santo, apártate! Pero ella, no comprendiendo por qué debÃa apartarse y pensando que si sus hermanas estaban allÃ, también ella podÃa estar, se acercó y, apenas hubo tocado a la segunda, quedó asimismo aprisionada sin poder soltarse.
Y asà tuvieron que pasarse la noche pegadas a la oca. A la mañana, «El zoquete», tomando el animal bajo el brazo, emprendió el camino de su casa, sin preocuparse de las tres muchachas, que lo seguÃan quieras o no, haciendo eses, según le llevaban a él las piernas. En medio del campo se encontraron con el señor cura, quien, al ver la comitiva, dijo: - ¿No les da vergüenza, descaradas, correr de este modo tras este joven en despoblado? ¿Les parece decente? Y sujetó a la menor por la mano con intención de separarla; pero no bien la tocó, quedó a su vez enganchado y tubo que participar también en la carrera. Al poco rato acertó a pasar el sacristán, y, al ver al señor cura que seguÃa a las muchachas, sorprendido dijo: - ¿Y pues, señor cura, adónde va tan de prisa? ¿Se ha olvidado de que hoy tenemos un bautizo? -y corriendo hacia él, lo tomó de la manga, quedando asimismo sujeto.
Trotando asà los cinco, topáronse con dos labradores que, con sus azadones al hombro, regresaban del campo. Los llamó el cura, pidiéndoles que lo desenganchasen, a él y al sacristán; pero no bien hubieron tocado los hombres a este último, ¡helos también aprisionados! Y ya eran siete los que corrÃan en pos de «El zoquete» y su oca.
Poco después llegaron a una ciudad, cuyo rey era padre de una hija tan seria, que nadie, habÃa logrado hacerla reÃr. Por eso el Rey habÃa hecho pregonar que darÃa la mano de la princesa al hombre que fuese capaz de provocar su risa.
Al enterarse de ello, «El zoquete», arrastrando todo su séquito, se presentó a la hija del Rey, y al ver ella aquella hilera de siete personas corriendo sin parar una tras otra, se echó a reÃr tan fuerte y tan a gusto, que no podÃa cesar en sus carcajadas. Entonces «El zoquete» la pidió por esposa.
Pero el Rey, al que no gustaba aquel yerno, opuso toda clase de objeciones, y, al fin, le dijo que antes debÃa traerle a un hombre capaz de beberse todo el vino que cabÃa en la bodega de palacio.
Pensó el joven en su hombrecillo del bosque y fue a pedirle ayuda. Y he aquà que en el mismo lugar donde cortara el árbol vio sentado a un individuo en cuyo rostro se pintaba la pena. Le preguntó «El zoquete» el motivo de su pesar, y el otro le contestó:
- Sufro de una sed terrible, que no puedo calmar de ningún modo. No puedo con el agua frÃa, y aunque me he bebido todo un tonel de vino, ¿qué es una gota sobre una piedra ardiente? - Yo puedo remediar esto -dÃjo el joven-. Vente conmigo y te prometo que beberás hasta reventar.
Y asà diciendo, lo condujo a la bodega real, donde el hombre la emprendió, bebe que te bebe, con las voluminosas cubas, hasta que ya le dolÃan las caderas, y antes de que se hubiese terminado el dÃa, habÃa vaciado toda la bodega. «El zoquete» acudió nuevamente a reclamar su novia; pero el Rey, irritado al pensar que un mozo que todo el mundo tenÃa por tonto se hubiese de llevar a su hija, le puso una nueva condición. Antes debÃa encontrar a un hombre capaz de comerse una montaña de pan. No se lo pensó mucho el mozo, sino que se dirigió inmediatamente al bosque, y en el mismo lugar que antes, encontró a un hombre ocupado en apretarse el cinturón y que, con cara compungida, le dijo:
- Me he comido toda una hornada de pan. Pero, ¿qué es esto para un hambre como la que yo tengo? Mi estómago sigue vacÃo, y no me queda más recurso que apretarme el cinturón para no morirme de hambre. Dijo «El zoquete» muy contento: - Vente conmigo y te vas a hartar.
Y lo llevó a la corte del Rey, el cual habÃa mandado reunir toda la harina del reino y cocer con ella una enorme montaña de pan. El hombre del bosque se situó enfrente de ella, empezó a comer, y, al ponerse el sol, aquella enorme mole habÃa desaparecido.
Por tercera vez reclamó «El zoquete» a la princesa; pero el Rey, buscando todavÃa excusas, le exigió que le trajera un barco capaz de ir por tierra y por agua. -En cuanto llegues navegando en él -dÃjo-, mi hija será tu esposa.
Nuevamente se encaminó el muchacho al bosque, donde lo aguardaba el viejo hombrecillo gris con quien repartiera su torta, y que le dijo:
- Para ti he comido y bebido, y ahora te daré el barco. Todo eso lo hago porque fuiste compasivo conmigo.
Y le dio el barco que iba por tierra y por agua; y cuando el Rey lo vio, ya no pudo seguir negándose a entregarle a su hija. Se celebró la boda; a la muerte del Rey, «El zoquete» heredó la corona, y durante largos años vivió feliz con su esposa.
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