George Orwell, 1945
»Las tres gallinas, que fueron las cabecillas del conato de rebelión a causa de los huevos, se adelantaron y declararon que Snowball se les habÃa aparecido en sueños incitándolas a desobedecer las órdenes de Napoleón. También ellas fueron destrozadas. Luego un ganso se adelantó y confesó que habÃa ocultado seis espigas de maÃz durante la cosecha del año anterior y que se las habÃa comido por la noche. Luego una oveja admitió que hizo aguas en el bebedero, instigada a hacerlo, según dijo, por Snowball, y otras dos ovejas confesaron que asesinaron a un viejo carnero, muy adicto a Napoleón, persiguiéndole alrededor de una fogata cuando tosÃa. Todos ellos fueron ejecutados allà mismo. Y asà continuó la serie de confesiones y ejecuciones hasta que una pila de cadáveres yacÃa a los pies de Napoleón y el aire estaba impregnado con el olor de la sangre, olor que era desconocido desde la expulsión de Jones.
»Cuando terminó esto, los animales restantes, exceptuando los cerdos y los perros, se alejaron juntos. Estaban estremecidos y consternados. No sabÃan qué era más espantoso: si la traición de los animales que se conjuraron con Snowball o la cruel represión que acababan de presenciar. Antaño hubo muchas veces escenas de matanzas igualmente terribles, pero a todos les parecÃa mucho peor la de ahora, por haber sucedido entre ellos mismos. Desde que Jones habÃa abandonado la granja, ningún animal mató a otro animal. Ni siquiera un ratón. Llegaron a la pequeña loma donde estaba el molino semiconstruido y, de común acuerdo, se recostaron todos, como si se agruparan para calentarse: Clover, Muriel, BenjamÃn, las vacas, las ovejas y toda una bandada de gansos y gallinas: todos, en verdad, exceptuando al gato, que habÃa desaparecido repentinamente, poco antes de que Napoleón ordenara a los animales que se reunieran.
(...)
»DÃas después, cuando ya habÃa desaparecido el terror producido por las ejecuciones, algunos animales recordaron --o creyeron recordar-- que el sexto mandamiento decretaba: "Ningún animal matará a otro animal". Y aunque nadie quiso mencionarlo al oÃdo de los cerdos o de los perros, se tenia la sensación de que las matanzas que habÃan tenido lugar no concordaban con aquello. Clover pidió a BenjamÃn que le leyera el sexto mandamiento, y cuando BenjamÃn, como de costumbre, dijo que se negaba a entrometerse en esos asuntos, ella instó a Muriel a que lo hiciera. Muriel le leyó el mandamiento. DecÃa asÃ:
"Ningún animal matará a otro animal sin motivo". Por una razón u otra, las dos últimas palabras se les habÃan ido de la memoria a los animales. Pero comprobaron que el mandamiento no fue violado; porque, evidentemente, hubo motivo sobrado para matar a los traidores que se coaligaron con Snowball.