Al dÃa siguiente, de vuelta en la pradera, Dafnis, sentado, según solÃa, al pie de una encina, tocaba la flauta, a par que miraba sus cabras, encantadas, al parecer, con el dulce sonido. Cloe, sentada asimismo a la vera de él, miraba sus ovejas y corderos; pero miraba más a Dafnis.
Y otra vez le pareció hermoso tocando la flauta, y creyó que la música le hermoseaba, y para hermosearse ella tomó la flauta también. Quiso luego que volviera él a bañarse y le vio en el baño, y sintió como fuego al verle, y volvió a alabarle, y fue principio de amor la alabanza.
Ninfa candorosa, criada en los campos, no se daba cuenta de lo que le pasaba, porque ni siquiera habÃa oÃdo mentar el amor. SentÃa inquietud en el alma; no podÃa dominar sus ojos y hablaba mucho de Dafnis.
No comÃa de dÃa, velaba de noche y descuidaba sus ovejas; ya reÃa, ya lloraba; si dormÃa, se despertaba de súbito; su rostro se cubrÃa de palidez y luego ardÃa de rubor. Nunca se agitó más becerra picada del tábano.
AcontecÃa a veces que ella a sus solas prorrumpÃa en estas razones: “Estoy mala e ignoro mi mal; padezco y no me veo herida; me lamento y no perdà ningún corderillo; me abraso y estoy sentada a la sombra. Mil veces me clavé las espinas de los zarzales y no lloré; me picaron las abejas y pronto quedé sana. Sin duda que esta picadura de ahora llega al corazón y es más cruel que las otras. Si Dafnis es bello, las flores lo son también; si él canta lindamente, no cantan mal las avecicas. ¿Por qué pienso en él y no en las avecicas y en las flores? ¡Quisiera ser una flauta para que infundiese en mà su aliento! ¡Quisiera ser un cabritillo para que me tomara en sus brazos! ¡Oh, agua perversa, que a él sólo haces hermoso y me lavas en balde! Yo me muero, queridas Ninfas. ¿Cómo no salváis a la
doncella que se crió con vosotras? ¿Quién os coronará de flores después de mi muerte? ¿Quién tendrá cuidado de los pobrecitos corderos? ¿A quién encomendaré mi parlera cigarra, que cogà con tanta fatiga y que solÃa cantar en la gruta para que yo durmiese la siesta? En vano canta ahora, pues yo velo, gracias a Dafnisâ€.
Asà padecÃa, asà se lamentaba Cloe, procurando descubrir el nombre de Amor.
Entre tanto, Dorcon, el boyero que sacó del hoyo a Dafnis y al macho, mozuelo ya con barbas y harto sabido en cosas de Amor, se habÃa prendado de Cloe desde el primer dÃa, y como mientras más la trataba más se abrazaba a su alma, resolvió valerse de regalos o de violencia para lograr sus fines. Fueron sus primeros presentes, para Dafnis, una zampoña que tenÃa nueve cañutos ligados con latón, y no con cera, y para Cloe la piel de un cervatillo, esmaltada de lunares blancos, para que la llevase en los hombros, cual suelen las bacantes.
Secretaria de Educación Pública. (2006). Español 1 Vol. II Telesecundaria, pp. 75.