Autor: Franz Hohler
Ana tenÃa diez años; por lo tanto, aunque estuviera medio dormida, sabÃa llegar desde su habitación al cuarto de baño. La puerta de su habitación solÃa estar entreabierta y la lamparita nocturna que habÃa en el pasillo daba suficiente luz para poder llegar al baño, que estaba pasando la mesita del teléfono.
Una noche, al pasar junto a la mesita del teléfono camino del baño, Ana oyó algo que sonaba como un silbido muy bajito pero, como estaba medio dormida, no le prestó mucha atención. Además, venÃa de muy lejos. Fue volviendo a su cuarto cuando se dio cuenta de dónde venÃa. Bajo la mesita del teléfono habÃa un gran montón de periódicos y revistas viejos que empezaron a moverse. De allà salÃa el ruido. De repente, el montón comenzó a tambalearse —a la izquierda, a la derecha, hacia delante y hacia atrás—, y a continuación los periódicos y las revistas quedaron esparcidos por todo el suelo.
Ana no podÃa creer lo que veÃan sus ojos cuando observó que un cocodrilo que gruñÃa y bufaba estaba saliendo de debajo de la mesita del teléfono.
Ana se quedó paralizada. Con los ojos como platos, vio cómo el cocodrilo salÃa de entre los periódicos y lentamente miraba a su alrededor. ParecÃa que acababa de salir del agua, porque tenÃa todo el cuerpo chorreando y por donde pasaba iba dejando la alfombra empapada.
El cocodrilo movió la cabeza de un lado a otro dejando escapar un fuerte gruñido. Ana tragó saliva mientras miraba aquel hocico y la larguÃsima fila de dientes. Después, el cocodrilo movió la cola despacio de un lado a otro. Ana habÃa leÃdo algo al respecto en la Revista de Animales: cuando el cocodrilo golpea el agua con la cola, es para espantar o atacar a sus enemigos.
La niña posó la vista en el último número de la Revista de Animales, que se habÃa caÃdo del montón y estaba a sus pies. Se volvió a sorprender. La portada de la revista tenÃa antes una ilustración de un gran cocodrilo a la orilla de un rÃo. Ahora, ¡la orilla del rÃo aparecÃa vacÃa!
Ana se agachó y cogió la revista. En ese momento, el cocodrilo movió la cola con tanta fuerza que el jarrón con los girasoles se cayó al suelo y se rompió, y las flores quedaron esparcidas por todas partes. De un salto, Ana se metió en su cuarto. Cerró la puerta de un portazo, empujó la cama y la colocó contra la puerta. HabÃa construido una barricada que la mantendrÃa a salvo del cocodrilo. Respiró aliviada.
Pero entonces, tuvo una duda: ¿y si la fiera tan solo tuviera hambre? ¿Quizás bastarÃa con darle algo de comer para que se fuera?
Ana volvió a mirar la Revista de Animales. Si el cocodrilo habÃa sido capaz de salir de la foto, quizás otros animales también podrÃan hacerlo. Ana pasó las hojas de la revista a toda prisa y se detuvo en una en la que aparecÃa un grupo de flamencos en un pantano. “Justo lo que necesitoâ€, pensó. “Parecen una tarta de cumpleaños para cocodrilosâ€.
De repente, se oyó un fuerte crujido y la punta de la cola del cocodrilo atravesó la puerta, astillándola.
Rápidamente, Ana colocó la foto de los flamencos en el agujero de la puerta y gritó lo más alto que pudo:
—¡Salid del pantano! ¡Venga, venga!—. Entonces, lanzó la revista a través del agujero hacia el pasillo, tocó las palmas y chilló y gritó.
Apenas podÃa creer lo que sucedió a continuación. Todo el pasillo estaba lleno de flamencos que alborotaban aleteando y corriendo por toda la casa con sus patas largas y delgadas. Ana vio a una de las aves con un girasol en el pico y a otra que cogÃa el sombrero de su madre, colgado del perchero. También vio cómo otro flamenco desaparecÃa dentro de la boca del cocodrilo. Se lo zampó en dos bocados y enseguida se comió otro, el que llevaba el girasol en el pico.
Después de dos raciones de flamenco parecÃa que el cocodrilo ya habÃa tenido bastante, porque se tumbó satisfecho en medio del pasillo. Cuando cerró los ojos y ya no se movÃa, Ana abrió la puerta con cuidado y salió de puntillas al pasillo.
Colocó la portada en blanco de la revista sobre el hocico del cocodrilo. —Por favor —susurró—; por favor, vuelve a casa. Regresó sigilosamente a su habitación y miró a través del agujero de la puerta. Vio al cocodrilo de vuelta en la portada de la revista.
Entonces se dirigió con cuidado al salón, donde los flamencos estaban arremolinados alrededor del sofá y encima del televisor. Ana abrió la revista por la página que tenÃa la fotografÃa en blanco.—Gracias —dijo—. Muchas gracias. Ya podéis volver a vuestro pantano.
Por la mañana, le resultó muy difÃcil explicar a sus padres la enorme mancha de humedad que habÃa en el suelo y la rotura de la puerta. No se quedaron convencidos con lo del cocodrilo, a pesar de que el sombrero de su madre no aparecÃa por ningún lado.