HabÃa una vez una liebre que siempre estaba preocupada. “Ay, Dios mÃoâ€, se pasaba el dÃa diciendo entre dientes, “Dios mÃo, Dios mÃoâ€. Su mayor preocupación era que hubiera un terremoto. “Porque si hubiera uno, se decÃa a sà misma, ¿qué serÃa de mÃ?
Una mañana se sentÃa especialmente preocupada por este asunto, cuando de repente una fruta enorme cayó de un árbol cercano, ¡BANG! e hizo que toda la tierra temblara.
La liebre dio un salto.
—¡Terremoto! gritó.
Y corrió a través de los campos para avisar a sus primos.
— ¡Terremoto! ¡Corred para salvaros!
Todas las liebres abandonaron los campos y la siguieron enloquecidas.
Corrieron a través de los llanos, los bosques, cruzaron rÃos y colinas, avisando a más primos a su paso.
— ¡Terremoto! ¡Corred para salvaros!
Todas las liebres abandonaron los rÃos y los llanos, las colinas y los bosques y la siguieron enloquecidas.
Cuando llegaron a las montañas, diez mil liebres retumbaban como un trueno al subir las pendientes.
Pronto alcanzaron la cumbre más alta. La primera liebre miró hacia atrás para ver si el terremoto se acercaba, pero lo único que pudo ver fue una multitud de liebres corriendo.
Entonces miró al frente pero lo único que pudo ver era más montañas y valles y a lo lejos, en la distancia, el brillante mar azul.
Mientras estaba allà parada jadeando, apareció un león.
—¿Qué ocurre? preguntó.
— Terremoto, terremoto, farfullaban todas las liebres.
— ¿Un terremoto? preguntó el león. ¿Quién lo ha visto? ¿Quién lo ha escuchado?
—Pregúntale a ella, pregúntale a ella, gritaban todas las liebres señalando a la primera.
El león se giró hacia la liebre.
— Señor, dijo la liebre tÃmidamente, yo estaba sentada tranquilamente en casa cuando hubo un terrible estrépito, la tierra tembló y sabÃa que tenÃa que ser un terremoto, asà que corrà tan rápido como pude para avisar a los otros de que salvaran sus vidas.
El león miró a la liebre con sus ojos profundos y sabios.
— Hermano, ¿serÃas lo suficientemente valiente como para mostrarme dónde ocurrió este horrible desastre?
La liebre en realidad no se sentÃa para nada valiente pero sentÃa que podÃa confiar en el león.
Asà que, con bastante timidez, llevó al león de vuelta, bajando las montañas y las colinas, cruzando los rÃos, llanos, bosques y campos hasta que por fin llegaron a su casa.
— Aquà es donde lo escuché, señor.
El león miró a su alrededor y en seguida vio la enorme fruta que habÃa caÃdo del árbol haciendo tanto ruido.
La cogió con su boca, se subió a una roca y la dejó caer de nuevo al suelo.
La liebre dio un salto. — ¡Terremoto! ¡Rápido, huye, ha ocurrido de nuevo!
Pero de repente se dio cuenta de que el león se estaba riendo. Y entonces vio la fruta moviéndose ligeramente a sus pies.
— ¡Vaya!, susurró, después de todo no era en realidad un terremoto ¿verdad?
— No, dijo el león, no lo era y no habÃa razón para asustarse.
— ¡Qué liebre más tonta he sido!
El león sonrió amablemente.—No pasa nada, hermanita. Todos, incluso yo, a veces tenemos miedo de cosas que no podemos comprender.
Y después de esto regresó con paso suave en busca de las diez mil liebres que estaban aún esperando en lo alto de la montaña para decirles que podÃan volver a casa sin peligro alguno.
Autor: Rosalind Kervin