Érase una vez un anciano de ochenta y siete años que se llamaba Labon. Toda la vida habÃa sido una persona tranquila y pacÃfica. Era muy pobre y muy feliz.
Cuando Labon descubrió que tenÃa ratones en su casa no le importó mucho al principio. Pero los ratones se multiplicaron. Le empezaron a molestar. Continuaron multiplicándose, hasta que finalmente llegó un momento en que no lo pudo soportar más.
—Esto es demasiado, dijo. —Esto realmente está llegando demasiado lejos. Salió de casa cojeando hacia la tienda al final de la calle, donde compró algunas ratoneras, un pedazo de queso y algo de pegamento.
Cuando llegó a casa puso el pegamento en la parte inferior de las ratoneras y las pegó al techo. Luego colocó los cebos de queso cuidadosamente y las dejó preparadas para que se activaran.
Aquella noche, cuando los ratones salieron de sus agujeros y vieron las ratoneras en el techo, pensaron que se trataba de una broma tremenda. Anduvieron por el suelo, dándose codazos cariñosos los unos a los otros y señalando hacia arriba con sus patas delanteras riéndose a carcajadas. Después de todo, era bastante tonto, ratoneras en el techo.
Cuando Labon bajó a la mañana siguiente y vio que no habÃa ningún ratón atrapado en las ratoneras sonrió pero no dijo nada.
Cogió una silla, puso pegamento en la parte inferior de las patas y la pegó patas arriba al techo, cerca de las ratoneras. Hizo lo mismo con la mesa, la televisión y la lámpara. Cogió todo lo que habÃa en el suelo y lo pegó patas arriba en el techo. Incluso puso una pequeña alfombra ahà arriba.
La noche siguiente, cuando los ratones salieron de sus agujeros, todavÃa estaban bromeando y riéndose de lo que habÃan visto la noche anterior. Pero esta vez, cuando miraron hacia el techo dejaron de reÃrse de repente.
—¡Por el amor de Dios! gritó uno. —¡Mirad ahà arriba! ¡Ahà está el suelo!
—¡Santo cielo! gritó otro. —¡Debemos de estar de pie en el techo!
—Estoy empezando a sentirme un poco mareado, dijo otro.
—Toda la sangre se me está subiendo a la cabeza, dijo otro.
—¡Esto es terrible!, dijo un ratón anciano de bigotes largos. —¡Esto es realmente terrible! ¡Tenemos que hacer algo al respecto inmediatamente!
—¡Me voy a desmayar si tengo que estar cabeza abajo más tiempo!, gritó un ratón joven.
—¡Yo también!
—¡No lo puedo soportar!
—¡Socorro! ¡Que alguien haga algo, rápido!
Ahora se estaban poniendo histéricos. —Ya sé lo que vamos a hacer, dijo el ratón anciano. Nos pondremos todos cabeza abajo, y asà estaremos en la posición adecuada.
Obedientemente, todos se pusieron cabeza abajo, y después de un largo periodo de tiempo, uno a uno, se fueron desmayando debido a que la sangre se les subió al cerebro.
Cuando Labon bajó a la mañana siguiente el suelo estaba cubierto de ratones.
Rápidamente los recogió y los metió en una cesta.
Asà que lo que tenemos que recordar es lo siguiente: cuando parezca que el mundo está completamente patas arriba, asegúrate de mantener los pies firmes en el suelo.
Autor: Roald Dahl