Un joven se casó, en tiempo antiguos, con la perdiz que era muy joven, bien parecida y poseedora de preciados atributos para constituir un buen hogar. Entre sus buenas cualidades contaba con que sabÃa hilar muy fino, tejer hermosas figuras (“salatasâ€) y suma habilidad para cualquier tarea porque sabÃa hacerlo con mucho gusto. Cuando preparaba los alimentos no empleaba gran cantidad de vÃveres. Es decir tenÃa buena mano (“suma amparanâ€) de modo que con una cantidad mÃnima hacÃa alcanzar para un buen almuerzo, sin que faltara para nadie. Era pues, garantÃa de economÃa y habilidad para el nuevo hogar.
En cierta oportunidad todos sus familiares salieron de viaje dejando a la perdiz. La suegra le encargó que fuera preparando chicha (“Qusaâ€) y con tal fin le ejó la cantidad necesaria de quinua que en circunstancias normales solÃan emplear. Le recomendó vez tras vez que era necesario preparar suficiente cantidad como para una buena fiesta que se aproximaba.
La perdiz, habilidosa como siempre, y empleando unos cuantos puñados de quinua solamente, preparó varias “Wakullas†llenas de excelente chicha. Por supuesto que la quinua quedó aun con mejores resultados.
Regresaron los familiares y la suegra al notar que la quinua estaba casi en la misma proporción o tal como habÃa dejado creyó que la nuera habÃa estado remoloneacando e impulsiva como siempre, se enojó de tal manera que tomó el garrote y golpeó a su nuera diciéndole que era una ociosa, en qué se habÃa ocupado para no hacer nada durante todo el dÃa.
A consecuencia de los golpes la nuera murió; pero, cuál no serÃa la sorpresa de todos cuando descubrieron la chicha de excelente calidad que habÃa elaborado la perdiz y lloraron el error de la suegra.
Pasado cierto tiempo, el joven viudo se casó con otra mujer que dicen fue la sapa. Esta vez la nuera no fue tan económica ni hacendosa como la perdiz. Mas bien resultó todo lo contrario, la lentitud era la caracterización de todas sus actividades, no tenÃa un ápice de prudencia, era muy pesada, gordiflona, golosa y desaliñada.
De ella proceden las actuales campesinas. Este mal se lo debemos a la suegra, porque de lo contrario hubiéramos estado bien, con mujeres adornadas de las buenas prendas de carácter de la perdiz.
Parece que la moraleja de todos estos relatos es que la mucha intervención de las suegras, en la vida de las nuevas parejas, termina siempre por destruir el hogar en formación en la generalidad de los casos.