El cobrador
Javier conducÃa más rápido que lo habitual pues la situación lo
requerÃa. La camioneta iba levantando una nube de polvo que iba
quedando suspendida sobre el camino. Javier miró de reojo la plantación
de maÃz ubicada a un lado del camino. Las plantas se inclinaban hacia un
lado, se enderezaban, volvÃa a inclinare, y el viento que las castigaba
le arrancaba espigas y se las llevaba con él, amenazando con llevarse
todo.
Llegó por fin a su casa. Estacionó la camioneta en uno de los
galpones, lo cerró y salió al patio a mirar el cielo. La tormenta ya se
encontraba sobre la región. El cielo estaba verdoso, y nubes oscuras y
delgadas cruzaban rapidÃsimo sobre ese fondo; mientras en el horizonte,
otras nubes, blancas éstas, parecÃan estar inmóviles y ser sólidas.
Otras que se encontraban más atrás eran surcadas por relámpagos, y el
retumbar de unos truenos llegaba desde allÃ.
Como era domingo, le
habÃa dado libre a todos sus empleados. Javier fue corriendo de
galpón en galpón, cerró todas la ventanas y trancó todas las puertas. Al
mirar nuevamente hacia arriba, la tormenta estaba más amenazadora, más
cerca de la tierra, y soplaba ahora un viento por demás cálido. Todo se
oscureció, como si el mismo sol se hubiera ocultado antes por temor a
la tormenta.
Dentro de su hogar, Javier decidÃa si intentar tapiar las ventanas a no. De pronto escuchó sonar el teléfono y fue a atender:
- ¡Hola!
- ¡Hola!, ¿Javier? -preguntó una voz de hombre.
- SÃ, soy yo.
- Soy Murray . Te llamaba por lo de la alerta de tornado, por si no la habÃas escuchado…
-
No sabÃa nada, no. MuchÃsimas gracias Murray… ¿Hola? ¿Murray…? -la
llamada se cortó: “El viento habrá reventado la lÃneaâ€, pensó Javier.
Fuera estaba oscuro y ya fulguraban algunos relámpagos. Con la intención
de pasar la noche en el sótano, metió unos abrigos y una manta en un
bolso. Al pasar frente a la ventana de la cocina, escuchó algo que
sonaba como un rugido lejano, pero como e escuchaba sobre el creciente
ruido del viento y la lluvia que habÃa comenzado a caer, supuso que en
realidad tenÃa que ser un sonido muy fuerte. Escudriñando por la ventana
vio al causante del rugido, al iluminarlo unos relámpagos: un
monstruoso tornado avanzaba hacia él.
Ya en el sótano, buscó una
soga gruesa que sabÃa que tenÃa por allÃ. El rugido era ahora
ensordecedor. Un ruido infernal de chapas que se retorcÃan le indicó que
el tornado habÃa alcanzado a uno de los galpones. Halló la soga. La
amarró con fuerza a uno de los pilares de la casa, después ató la soga
alrededor de su cuerpo. SabÃa que aquel sótano no era el lugar ideal
para resistir un tornado.
El ruido se hizo tan fuerte que tuvo que
cubrirse las orejas con las palmas. Todo temblaba, caÃan trozos de
revoque, se apagó la luz. Un estruendo mayor fue la prueba de que el
fenómeno estaba destrozando la casa. De repente, en medio de aquel caos
ensordecedor, de aquella oscuridad que lo envolvÃa ahora, sintió una
fuerza increÃble succionándolo hacia arriba: su casa ya no existÃa y
hasta el piso habÃa volado; ahora el tornado lo reclamaba a él.
Lo succionaba con tanta fuerza que sus pies quedaron para arriba, pues
la soga pasaba por debajo de sus brazos. En esa posición, se aferró al
pilar con sus brazos. El ruido era tan grande que no podÃa escuchar los
alaridos de terror que lanzaba. A su alrededor todo se desarmaba y era
tragado por el vórtice del tornado. Pero en el cenit de su
desesperación, de su terror, surgió una resignación calma, como si todo
su ser se rindiera al aceptar su situación: se iba a morir, ya estaba.
Mas al recordar algo ese estado duró poco; y sintió que lo tomaron de un
pié, y vio algo que volvió a sumirlo en la profunda desesperación del
terror. Un ser infernal, esquelético y alado, le aferraba el pié con
una mano huesuda, y seguidamente le tomó el otro, e impulsándose hacia
arriba con sus alas de piel, jaló con increÃble fuerza, a la vez que
gritó con una voz de ultratumba: ¡Llegó el momento de pagar tu
deuda! Después Javier alcanzó a ver, ya al borde de la muerte, que el
ser se llevaba sus piernas.
Al otro dÃa, un grupo de gente de la zona
curioseaba cerca de la propiedad devastada del fallecido Javier,
mientras las autoridades recorrÃan el lugar. Uno del los presentes le
comentó a alguien que estaba a su lado:
- ¡Que tragedia! Un hombre
trabajador, que hasta superó una invalidez, y de no tener casi nada
llegó a tener campos y plantaciones, terminar muriendo asÃ, y que se
destruyera todo lo que habÃa logrado... ¡Es una lástima!