Un pobre pescador estaba pescando una noche en el mar de Arabia cuando sacó del fondo del agua un pequeño vaso de cobre cuidadosamente cerrado y asegurado con un sello maravilloso; al abrirlo, instigado por la curiosidad, salió de él una nube de humo negro, que tomó en el aire la forma de un espÃritu gigantesco.
-¡Piedad!, ¡piedad! -gimió el espÃritu-. Jamás volveré a desobedeceros, ¡oh gran rey Salomón!
-¿Rey Salomón? -replicó el pescador-. Ese rey murió hace siglos. Soy yo quien os ha libertado.
-¡Pues te mataré ahora mismo! -dijo amenazador el espÃritu- y asà me vengaré del daño que el rey Salomón me infligió, y mataré a todos los hombres de la tierra. Yo fui el único espÃritu que desobedeció a aquel ilustre y sabio rey, el cual me castigó encerrándome en ese vaso y arrojándolo al mar.
-Puedes matarme si quieres -contestóle el pescador-; mas no por eso lograrás que yo crea en esa historia. No es posible que un ser de tus descomunales dimensiones quepa en tan pequeño vaso.
-Para mà no hay imposibles -dijo con orgullo el espÃritu-. ¡Convéncete de ello!
Y convirtiéndose de nuevo en una nubécula de humo, introdújose otra vez en el vaso, diciendo:
-¿No crees todavÃa en mi historia?
-Ya lo creo -contestó el pescador, y, sin más, tapó de nuevo el vaso. Entonces, desde dentro, juróle el espÃritu que, si de nuevo lo ponÃa en libertad, recompensarÃa al pescador con largueza desusada, y se abstendrÃa en absoluto de hacer a la humanidad ningún daño.
El pescador abrió el vaso nuevamente y el espÃritu cumplió su palabra fielmente, ayudando a su libertador, merced a sus mágicas artes, a adquirir una fortuna inmensa y haciéndole feliz sobre la tierra, rodeándolo de alegrÃa y bienestar durante toda su vida.