Objetos embrujados
En aquel lugar habÃa hileras e hileras de depósitos. Por las noche,
Manuel recorrÃa a pie los largos corredores que formaban los depósitos,
donde la gente guardaba todo tipo de cosas.
Como todo vigilante
llevaba una linterna, cada tanto la encendÃa e iluminaba los extremos de
los corredores oscuros. De noche era un lugar atemorizante. Casi todo
el tiempo habÃa allà un silencio de sepulcro, pero a veces se escuchaba
algún ruido; algo que caÃa dentro de los contenedores, algún mueble
descolado por el tiempo y cosas asÃ. Mas entre los ruidos que se
escuchaban durante la noche, algunos eran de naturaleza realmente
extraña. En una ocasión, Manuel y otro vigilante escucharon la melodÃa
de una guitarra, y una noche, cuando Manuel estaba solo, escuchó que
alguien tosÃa dentro de un contenedor, y al abrirlo a la fuerza,
descubrió que en él sólo habÃa una cama vieja.
Después de esa noche, trataba de no prestar atención a los sonidos que
salieran de adentro de los depósitos; pero al cruzar frente a uno,
escuchó algo que lo hizo salir corriendo en busca de una herramienta
para forzar el candado; habÃa escuchado lo que parecÃa ser la voz de
varios niños.
Regresó junto a otro vigilante, traÃan una enorme
tenaza, de las que usaban para abrir depósitos abandonados. Aún se
escuchaba la voz de los niños, que murmuraban algo que no lograba
entenderse.
Rompieron el candado y abrieron la puerta, iluminaron
hacia adentro con sus linternas, y lo único que vieron fue a unos
muñecos horrendos; en todo el depósito habÃa muñecos: grandes, pequeños,
medianos, deformes algunos, otros iguales a un niño, y todos tenÃan los
ojos abiertos, y sus miradas eran escalofriantes.