Cuarto equivocado
Durante la cena se desató una feroz tormenta. Rodrigo estaba visitando a
MartÃn, un amigo, que ahora tenÃa una numerosa familia. En total eran
siete niños, cuatro mujeres y tres varones. Algunos apenas alcanzaban el
borde de la mesa al estar sentados, y comÃan con el plato a la altura
de la nariz. La esposa de su amigo sostenÃa al más pequeño en sus
brazos, y comÃa algún bocado mientras vigilaba a los demás. Rodrigo
sonreÃa a los niños al ver que lo miraban y conversaba con su amigo.
Después
de un trueno temblaba la mesa, los platos, todo, y cuando el resplandor
de un rayo entraba por la ventana, todos quedaban expectantes hasta que
escuchaban el estruendo que lo seguÃa.
- No puedes irte con esta tormenta - le dijo MartÃn a Rodrigo -. Te quedarás aquÃ.
- No es necesario. En un rato salgo a la carretera, y desde ahà es fácil conducir, incluso con tormenta.
-
Ahora el camino ya debe estar cortado. No vas a salir a arriesgarte,
no, ¡por favor, eres como mi hermano, ésta es tu casa hombre!
- Claro, quédate - dijo la esposa de MartÃn. Rodrigo aceptó.
Los niños fueron a acostarse temprano. Rodrigo y MartÃn quedaron
charlando hasta muy tarde. Cuando los dos comenzaron a bostezar
largamente, MartÃn se levantó del sofá e hizo que Rodrigo lo siguiera.
La casa era grande y tenÃa varios pasillos largos. La tormenta no habÃa
disminuido, ni su estruendo. MartÃn abrió una puerta y lo hizo pasar,
diciéndole:
- Este es tu cuarto. Nos vemos mañana, que digo mañana, hoy, ya pasan de la una.
- Cierto, hasta más tarde entonces.
Rodrigo se acostó, escuchó la tormenta un rato, y finalmente el sueño lo venció.
Despertó
de madrugada; tenÃa ganas de ir al baño. Su amigo le habÃa mostrado uno
que habÃa en el pasillo. Cuando regresaba a su cuarto se cortó la
luz, y todo se convirtió en oscuridad.
Sin poder ver absolutamente
nada, se desplazó tanteando la pared. Al palpar una puerta, la abrió y
entró, y apenas lo hizo escuchó unas voces:
- ¡Largo de aquÃ, este es nuestro cuarto! ¡Fuera! - gruño una voz algo ronca pero que parecÃa ser de un niño.
- ¡Vete! ¡Maldito! O te voy a morder - dijo otra, y otras voces balbucearon algo que no se entendÃa.
- Disculpen niños, me equivoqué de cuarto. Lo siento.
- ¡Vete maldito!
Rodrigo cerró la puerta y, tanteando en la oscuridad, llegó a la puerta
del que sà era su cuarto, que estaba al lado del otro. Se sintió tan
apenado por haber molestado a los niños, que por la mañana fue a
disculparse nuevamente. Tras escucharlo, MartÃn, con cara de asustado,
le dijo:
- Ninguno de los niños duerme en las habitaciones de ese corredor. El
cuarto que está al lado de donde estabas tú, es usado por mi esposa para
guardar su colección de muñecas antiguas.