No los ves
Ramón se pasó la mano por el pelo y se enderezó la camisa, después se dio cuenta
que su apariencia no importaba. Tocó el timbre.

- ¡Buenas noches! - saludó Ramón - Que linda estás.
- ¡Ay, gracias! Vos siempre tan atento. Pasa, esta es tu casa - lo invitó Jimena.

Tras un beso pasaron a la sala. En aquella habitación había dos sofás enfrentados; uno tenía un estilo
antiguo, y se parecía más a un banco largo, pues tenía patas altas, el otro era moderno.
Ramón se sentó en el más nuevo. Jimena le ofreció un café y él lo aceptó.

- ¿Quieres que te ayude? - preguntó Ramón.
- No gracias, puedo desenvolverme sola, te lo aseguro.
- No quise decir eso.
- Lo sé, no te preocupes. Enseguida te lo traigo.

Como nunca había estado en aquella casa, Ramón se puso a observar lo que había en
la sala.   Le llamó la atención un reloj cucú con un gran péndulo oscilante, que con cada
movimiento producía un tic-tac muy peculiar.  El reloj era de una exquisita artesanía.
Tenía la vista fija en el reloj, cuando con la visión periférica notó que algo se movía
debajo del sofá que tenía en frente. Bajó la vista hasta el sofá y vio la carita de un niño
que lo miraba desde allí abajo.
Ramón quedó impactado, después vinieron a su mente un montón de preguntas
y especulaciones sobre el origen del niño.
“¿Quién es este niño? ¿Será hijo de Jimena? Pero ¿Por qué me lo ocultó? No, debe
ser de alguien más, tal vez un sobrino; pero, su hermana no tiene hijos, eso me dijo ella,
y por qué me lo iba a ocultar, no tiene sentido, a no ser que sea de ella, pero, ¿y el padre…?
El niño lo seguía mirando y sonreía.  Al entrar Jimena con una bandeja Ramón volteó
hacia ella.

- Jimena, ¿no me lo vas a presentar? - preguntó Ramón, y quedó atento a la respuesta.
- ¿Presentarte? ¿A quién?
- A este niño que está ahí… - el niño  ya no estaba.
- ¿Qué? ¿Cuál niño? Ramón, ¿de qué hablas?
- Ahí había un niño. Sólo voltee un instante, ¿dónde está? ¡Niño! - Ramón buscó con
con la vista por toda la sala. 
- Jimena, te juro que ahí había un niño y me estaba mirando, tenía los ojos negros y…
- Ramón, me estás asustando. No juegues así.
- Nunca haría algo así. Te lo dije porque realmente vi a un niño, y… ¡Oh Dios mío!
Ramón se asustó porque una aparición iba cruzando por la sala. Era el fantasma de una
anciana gruesa  y grande, de nariz respingada y  una doble papada,  con ojos
anormalmente grandes y blancos.  
Ramón sacó de la casa a Jimena casi a la fuerza; ella no comprendía. En la calle el
le dijo:
- ¡Jimena, debes irte de esta casa, está embrujada, hay fantasmas en ella!
Ella se llevó las manos al rostro y casi se desmayó de terror; de repente se había
dado cuenta de qué era lo que pasaba en su casa.  Todas las veces que sentía que la rozaban, o
cuando creía que había alguien a su lado; eran fantasmas, y no los veía porque
era ciega. 

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