El consultorio
Esteban estaba en el consultorio de un psicólogo. En un rincón habÃa un
masetero con una planta seca, algunos diplomas colgados en la pared, y
en el aire iba y venÃa un olor penetrante; cuando Esteban intentaba
identificarlo el olor desaparecÃa.
Se encontraba sentado en un
sillón; frente a él estaba el psicólogo, y éste lo observaba
detenidamente, cosa que lo ponÃa algo nervioso, pues no sabÃa qué hacÃa
allÃ.
- Comience cuando quiera -dijo el psicólogo-. Cuénteme qué lo aflige.
-
Bueno… verá usted, la verdad es que no creo que pueda ayudarme - dijo
Esteban, y se movió en el sillón como si estuviera incómodo.
- Déme
una oportunidad al menos y verá que sà puedo ayudarlo. Ahora bien,
hablemos de su muerte clÃnica. Usted estuvo muerto por diez minutos, eso
afecta a cualquiera, es normal. Cuénteme cómo fue su experiencia.
Esteban desvió la mirada hacia un lado, y tamborileó nerviosamente con los dedos sobre el posa brazos del sofá.
- No se imagina lo insoportablemente terrorÃficos que fueron esos diez
minutos - afirmó Esteban mirando al doctor, que al escucharlo comenzó a
sonreÃr.
- ¡Oh sÃ! En el infierno siempre es asÃ.
- ¿Cómo… cómo sabe que estuve en el infierno?
-
¿Estuve? ¡Jajajaja! Esteban, aún estás en el infierno - y al decir eso
se desvaneció la ilusión, y todo se incendió. El doctor era un demonio
de ojos llameantes y cabeza similar a la de un caballo o cabra pero sin
piel. Y el aire estaba lleno de azufre. Otros demonios, pequeños como un
niño pero sumamente repulsivos, empezaron a salir de todas partes
lanzando chillidos, y Esteban gritó también: comenzaba un nuevo
martirio.