Un pájaro inocente herido de una flecha guarnecida de acero y de plumas ligeras, decÃa en su lenguaje con amargas querellas:
- ¡Oh crueles humanos, más crueles que fieras! Con nuestras propias alas, que la Naturaleza nos dio, sin otras armas para propia defensa, forjáis el instrumento de la desdicha nuestra, haciendo que inocentes prestemos la materia.
Pero no, no es extraño que asà bárbaros sean aquellos que en su ruina trabajan y no cesan: Los unos y otros fraguan armas para la guerra, y es dar contra sus vidas plumas para las flechas.
Fin