Esto sólo en cuanto a los colores primarios, pues el método se generalizó tanto que con el tiempo no habÃa ya quien no llevara consigo un equipo completo de cristales para aquellos casos en que el mañoso se tornaba simplemente grisáceo, o verdiazul, o de cualquier color más o menos indefinido, para dar el cual eran necesarias tres, cuatro o cinco superposiciones de cristales.
Pero lo bueno fue que el Camaleón, considerando que todos eran de su condición, adoptó también el sistema.
Entonces era cosa de verlos a todos en las calles sacando y alternando cristales a medida que cambiaban de colores, según el clima polÃtico o las opiniones polÃticas prevalecientes ese dÃa de la semana o a esa hora del dÃa o de la noche.
Como es fácil comprender, esto se convirtió en una especie de peligrosa confusión de las lenguas; pero pronto los más listos se dieron cuenta de que aquello serÃa la ruina general si no se reglamentaba de alguna manera, a menos de que todos estuvieran dispuestos a ser cegados y perdidos definitivamente por los dioses, y restablecieron el orden.
Además de lo estatuido por el Reglamento que se redactó con ese fin, el derecho consuetudinario fijó por su parte reglas de refinada urbanidad, según las cuales, si alguno carecÃa de un vidrio de determinado color urgente para disfrazarse o para descubrir el verdadero color de alguien, podÃa recurrir inclusive a sus propios enemigos para que se lo prestaran, de acuerdo con su necesidad del momento, como sucedÃa entre las naciones más civilizadas.
Sólo el León que por entonces era el Presidente de la Selva se reÃa de unos y de otros, aunque a veces socarronamente jugaba también un poco a lo suyo, por divertirse.
De esa época viene el dicho de que
todo Camaleón es según el
color
del cristal con que se mira.
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