Con el sol bien alto sobre sus cabezas, Rodrigo y FermÃn partieron rumbo a un temido lugar. Sus corazones se aceleraban por la emoción, anticipándose a la gran aventura que pensaban tener, aunque por dentro los dos confiaban en que no iban a ver o escuchar algo aterrador porque era de dÃa; pero el temor de recorrer un lugar supuestamente embrujado bastaba para emocionarlos. Atravesaron el bosque sin hablar, y aunque los dos llevaban resorteras (tirachinas), no prestaron atención a los pájaros que saltaban de rama en rama, que normalmente apedrearÃan pues les gustaba cazar. Llegaron a una parte desconocida del bosque, una parte donde la vegetación se apretaba más, y el sol que los envalentonaba con su luz apenas traspasaba el espeso follaje que se agitaba rumoroso. Dejaron de caminar y se miraron.
- ¿Seguimos? - preguntó FermÃn, y giró buscando el sol. - Eh… sÃ, el claro no debe estar lejos de aquÃ, y es temprano - contestó Rodrigo.