Terror en la nieve
El bosque que rodeaba al lago estaba blanco tras una nevada temprana, y
el agua habÃa quedado muy quieta bajo una capa de hielo. En un extremo
del lago estaba el club de pesca, que en invierno era abandonado por sus
dueños, y sólo dejaban a un par de empleados para ocuparse del lugar.
Uno de esos empleados era Ben, un veterano de barba espesa y canosa.
Un
imprevisto hizo que tuviera que quedarse solo cuando apenas habÃa
pasado una semana. Su compañero recibió un llamado justo antes de que se
descompusiera la lÃnea. Un asunto familiar reclamaba que se marchara de
allÃ, aunque debÃa hacerlo a pie pues no habÃa otro medio.
- ¿Estás seguro de que vas a estar bien, Ben? - le preguntó el empleado
que tenÃa que marcharse, ya fuera de cabaña y listo para la larga
caminata.
- Claro. Ve tranquilo que no soy ningún chiquillo; sé arreglármelas solo - le contestó Ben.
Apenas se despidió y sintió la soledad. Pronto su compañero se perdió
entre una bruma helada. El paisaje estaba silencioso, el blanco se
extendÃa hacia donde mirara. Más allá del lago y el bosque, se alzaban
imponentes montañas, cuyas cimas nevadas casi se confundÃan con el cielo
nublado.
Los primeros dÃas fueron bastante agradables. Daba largos
paseos por el camino cubierto de nieve, se adentraba en el bosque,
escopeta en mano, y casi siempre regresaba con alguna liebre o perdiz.
Sin mucho que hacer, pasaba gran parte de su tiempo leyendo frente a la chimenea.
Unas
nevadas intensas, con vientos congelantes, lo mantuvieron unos dÃas
dentro de la cabaña, y apenas amainaron un dÃa para luego volver con más
intensidad. Recluido en la solitaria vivienda, sus horas de lectura se
extendieron. Después de leer todos su libros, buscó en el cuarto de un
compañero, que también era amante de la lectura, aunque entre sus
volúmenes sólo habÃa obras de terror.
Ben encontró un libro de cuentos de terror que le interesó sobre el resto.
Frente al calor de la chimenea, se fue adentrando en los paisajes lúgubres y tétricos de las historias.
Sin
darse cuenta, su carácter se fue tornando asustadizo, y el mÃnimo
crujido lo hacÃa voltear con los ojos muy grandes, y buscar en vano el
origen de tan extraño ruido. CreÃa oÃr, entre el gemido del viento,
voces humanas que susurraban.
Las tormentas se sucedÃan una tras otra, y Ben seguÃa prisionero en su
cabaña, devorando cuentos de terror y sobresaltándose por cualquier
cosa. El aullido lejano de unos lobos lo mantuvo despierto toda una
noche., y creyó ver que unas sombras cruzaban agazapadas frente a la
ventana. Durante el dÃa, mientras cortaba leña, le pareció ver a una
mano peluda que asomaba tras un tronco, y que la mano tamborileaba con
los dedos sobre la corteza de árbol. Entonces se dio cuenta que la
soledad lo estaba afectando, y que su encierro agravaba la situación.
Antes de pasar otra noche de terror, empacó varias cosas en una mochila y
se lanzó al camino congelado.
La nieve formaba una capa sumamente
gruesa, blanda; se enterraba a cada paso y avanzaba muy lentamente. Cayó
la noche sobre las montañas, y con ella vino una tormenta. Cuando
amaneció Ben estaba sepultado bajo la nieve, muerto, congelado como todo
el paisaje.
Prefirió enfrentar un peligro real a soportar los horrores imaginarios del terror.