El narrador del terror
Acampaba bajo un sauce, de noche, en la orilla de un arroyo. Como tantas
veces estaba solo: me gusta acampar asÃ. En esa ocasión estaba
pescando. Me alejé de la fogata que habÃa encendido, pues me pareció ver
que una de las lÃneas que se perdÃa en el agua se estaba moviendo. Con
la cuerda del aparejo en la mano, me senté en el pasto, atento al
tirón.
Estaba rodeado de monte ribereño, cuya espesura empezaba a escasos cinco metros a mi derecha, y
a menos del lado izquierdo. La noche estaba bastante clara, pero debido a las sombras el monte estaba
negro, y de esa oscuridad salió de repente un hombre. Caminó hacia mà y se sentó a unos tres metros.
No me levanté, mas solté la cuerda y agarré el mango del machete que cargaba en la cintura; al tipo
pareció no importarle mi reacción. TenÃa puesto un sombrero, y la sombra de éste impedÃa que le viera la cara.
- No creà que alguien se animara a acampar en este lugar - dijo de repente el hombre.
- ¿Por qué? - pregunté, y seguà con tono firme -. Que yo sepa no está prohibido pescar aquÃ.
- No es por eso, es porque este lugar está embrujado ¿No lo sabÃa?
- No creo en esas cosas - afirmé.
- Crea o no igual se asustarÃa del espanto que ronda por aquÃ. Es su única finalidad, asustar a la gente.
Mientras el tipo hablaba yo trataba de examinarlo, y no perdÃa de vista sus manos. No hablaba como
la
gente de campo, y su voz decÃa muy poco de su edad. Su ropa era oscura,
mas no podrÃa detallar más que eso, pues no tenÃa ningún rasgo que
resaltara.
- Aparece en forma de anciana - continuó -. De una anciana diminuta. Y se la ve pasar corriendo, o
meciéndose sentada en alguna rama, a modo de hamaca. Si se duerme aquÃ, ella le susurra al oÃdo, y
al despertar se la ve huir a las risas rumbo a las sombras. Si enciende una linterna y le ilumina la cara,
va a descubrir que es horripilante, y ante un susto asà se puede hasta enloquecer.
-
Como ya dije no creo en esas cosas. He acampado muchas veces y nunca vi
nada, y aunque existiera, sino puede hacerme nada, si sólo busca
asustarme - le dije -, no le voy a dar el gusto. Para mà no hay poder
mayor que el de Dios, y se que con su ayuda ahuyentarÃa a cualquier
espÃritu maligno.
Después que dije aquello el tipo se levantó y caminó hacia la oscuridad del monte. Lo que quedaba de
la
noche estuve alerta. No volvà a ver al hombre, más bien a la aparición o
lo que fuera, pues por la mañana comprobé que el lugar por donde se
habÃa ido era casi imposible de atravesar.