Navegar nunca me ha hecho mucha gracia. Una vez, de pequeño, mi padre me llevó en su vieja barca al lago que tenÃamos en nuestra villa de verano y cuando estábamos justo en el centro del este me resbalé y caà al agua.
Como no tenÃa ni idea de nadar, comencé a gritar como un loco para que mi padre me rescatase. Éste se zambulló en el agua y consiguió agarrarme de la camiseta. Recuerdo que el agua estaba helada, como si te atravesasen con millones de clavos de faquir por todo el cuerpo. AllÃ, cuando es verano, es el mundo al revés: el lago está helado y los árboles pelados.
Mi padre se esforzó para sacarme rápidamente de allÃ. Tiró de mi brazo, y aunque me dolió a horrores, consiguió sostenerme con una mano mientras con su otra mano se agarraba a la barca. De repente, recuerdo perder el conocimiento y comenzar a oÃr voces, como aullidos y sonidos roncos. No sé cuánto tiempo llevaba sin sentido pero desperté en un sitio exacto al lago, con la diferencia de que todo era de color rojo. El cielo parecÃa pintado de rojo, el agua parecÃa vino tinto y los árboles se retorcÃan como si poseyesen un lamento constante.