Querido Yo
Al obtener mi primer trabajo remunerado, empecé a comprar correspondencia de desconocidos, tanto para mí como para la historia en cualquiera de sus ramas. Algunas cartas las he adquirido por su singular subjetividad, otras por la belleza de su sinceridad y, la minoría, las que más aprecio, por su involuntaria extravagancia. Entre ellas, la que releo con mayor frecuencia es una donde el autor es a su vez el receptor, peculiaridad que por sí sola es irrelevante. Los diarios personales cumplen ese requisito, sin mencionar los textos escritos en circunstancias de peligro, como en una guerra, por ejemplo. Aunque éstos, generalmente, pasan a ser un listado de promesas desesperadas a cumplir siempre y cuando se salga airoso. En todo caso, lo que hace de ésta algo especial es el temor racional de un hombre a dejar de existir antesde morir.

La carta fue escrita el 18 de abril de 1969. Junto a la fecha, a la izquierda, un garabato, que sólo los parientes y vecinos fueron capaces de identificar como la firma de Óscar María Pascual. El sobre que la contenía, en blanco. No hubo necesidad de poner la dirección del destinatario, dado que nunca se tuvo la intención de enviarla fuera del número 7, calle Alta, Navaleno, provincia de Soria, España. Pero salió de ahí, como parte del equipaje, rumbo a Madrid, donde el señor Pascual falleció en marzo del presente año.

Si bien la carta estaba dirigida a sí mismo, comenzaba con un saludo —sumamente afectuoso, además de extenso—. Párrafo siguiente, Óscar María recalcó y argumentó la urgencia de leerla íntegramente cada 1 de enero. A continuación…

“Lo que voy a decir podrá parecerte obvio, pero, por favor, tómate el tiempo que haga falta para revivir el temor que ahora siento: el niño que fui ha desaparecido y el adolescente también. Yo no quiero ser el siguiente.

Hace un par de meses volví a leer el diario que escribí de niño y tuve la sensación de estar curioseando en la vida de un extraño, de un niño que podría ser cualquier niño. No me preocupé, pero la curiosidad que sentí fue enorme. Me dediqué a preguntarle a la gente acerca de su propia infancia. Hablé con mis hermanas, mis padres, mis abuelos y, después de estos últimos, con cada una de las personas mayores del pueblo. Mientras más viejo se es, más se recuerda la niñez. Y, al oír sus respuestas, sí me preocupé. Todos, sin excepción, se refirieron a aquellos años con un â€˜yo era’; es decir, con un â€˜yo dejé de ser’. Era como si viesen una proyección de cine, donde uno siente por empatía o anhelo, deseando vivir lo que ya no son, porque en algún momento se rompió el contacto.

Tras esa experiencia, era natural que también pensara en mi adolescencia. Ocurrió algo similar. Busqué en mi mente, en los cuadernos, en apuntes sueltos, y nada, no encontré nada significativo que pudiera representarme a mí. Tres nombres de mujer, sumas, restas, salidas, rebeldías, ideas de un desconocido que no piensa como yo, que no siente como yo. Quizá sí con heridas comunes, cicatrices; no lo suficiente, sólo fragmentos de lo que ahora soy.

Es una pérdida de tiempo lamentarse por la desaparición de quienes fui. Además, tarde o temprano seguiré el mismo destino, pero deseo hacerlo cuando este cuerpo muera y no antes. Me gusta quien soy ahora y más aún cuando veo en qué se suele convertir la gente después. No quiero dejar de sentir con la intensidad que siento ni de pensar con la sensibilidad que pienso, sobre todo porque eso soy yo. Confío en que pueda mantenerme con vida, sólo necesito reafirmarme constantemente.

He meditado arduamente sobre cómo conservarme y qué conservar. Para tal fin, he tenido que definirme de la forma más sucinta posible, facilitando mi tarea y, por supuesto, dándome el espacio para crecer como persona, sin que eso signifique autodestruirme. Habrá muchísimos detalles que cambien en mí, pero lo que me hace ser yo he de salvarlo…”.

El texto prosigue con la descripción de una metodología y la enumeración de un listado de los rasgos personales que se había propuesto preservar en el tiempo. Según los que compartieron largos tramos de vida con él, nunca dejó de ser un joven idealista y perseverante. Igualmente, entre otras cosas, dicen que Óscar María Pascual era muy sociable, a pesar de que en las fiestas de Año Nuevo siempre se ausentaba apenas daban las doce.

Autor: 

Rafael R. Valcárcel )

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